HISTORIA 5, Beatriz Alonso Acero

HISTORIA 5, Beatriz Alonso Acero

Actualmente está viendo una revisión titulada "HISTORIA 5, Beatriz Alonso Acero", guardada en el 13 enero, 2012 a las 21:53 por Emilio Sola
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HISTORIA 5, Beatriz Alonso Acero
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5 ORÁN, CIUDAD DE FRONTERA Beatriz Alonso Acero   El inicio de la empresa norteafricana por parte de la Corona de Castilla, una vez culminada la toma del reino nazarí de Granada en 1492, supone una nueva ubicación para la frontera entre cristiandad e islam, tantas veces desplazada a lo largo y ancho de la península Ibérica a lo largo de las centurias medievales. Desde finales del siglo XV y, aún más, en los comienzos del Quinientos, el límite entre ambas culturas queda establecido en unas coordenadas dentro de las cuales el Mediterráneo se alza como principal catalizador de las relaciones entre ambos mundos. Insertada dentro de esa frontera mediterránea, participando de algunos de sus rasgos más característicos, pero presentando al mismo tiempo sus propias especificidades, se reconoce la existencia de una frontera norteafricana cuya conformación mantiene la dualidad entre el mundo islámico y el cristiano. Sin embargo, si en la Península fue la cristiandad la que se vio asolada por la rápida y eficaz conquista musulmana desde los inicios del siglo VIII, allende el Estrecho lo que tiene lugar es la entrada cristiana en determinados enclaves de control islámico varias centurias después, incursión marcada por una idea reconquistadora que vislumbra la costa de Berbería como parte de una Hispania visigoda que es preciso reconstruir y cuya última frontera no es el Mediterráneo sino la cordillera del Atlas. Junto a ello, el control del corso turco-berberisco, cada vez más pujante en el Mediterráneo occidental y poniendo trabas al comercio entre Aragón e Italia, el deseo de afirmar el predominio exterior de la recién estrenada unión de reinos, la defensa frente al peligro de una hipotética nueva invasión musulmana y la pervivencia de un evidente ideal de cruzada, son motivos que empujan a dar el salto a la otra orilla del Mediterráneo[1]. Esta empresa se ve favorecida por el hecho de que los territorios berberiscos carecen aún, en los albores del Quinientos, de la conformación de entidades políticas claras y definidas, a diferencia de las que se están forjando en este momento en la Europa occidental. Berbería todavía se configura como un territorio fragmentado en el que sólo el poder de diferentes dinastías aglutina núcleos de población en entornos urbanos, en medio de un espacio dominado por tribus bereberes, nómadas en su gran mayoría, situación que facilitará la entrada, en primer lugar, de los cristianos, representados por portugueses y españoles, y, solo unos años pocos después, de los propios musulmanes, encarnados por la dinastía otomana. En medio de una verdadera situación de descomposición interior, los sultanes de Marruecos, Tremecén y Túnez no consiguen sino gobernar las ciudades en las que se sitúa la corte, el poder de las tribus locales se hace más fuerte e incontrolable, surgen jefes locales que consiguen hacerse con el poder en urbes de cierta relevancia dentro de cada reino y en los principales puertos mediterráneos se refuerza el dominio de corsarios que llegan a gobernarse bajo sus propias fórmulas y reglas. El avance del islam no consiguió nunca dotar de cierta homogeneidad política, administrativa y cultural a las poblaciones del Magreb, haciendo pervivir las tradicionales divisiones entre habitantes de las montañas, agricultores de las llanuras, nómadas del desierto y ciudadanos de las principales urbes. Ayudados por estas circunstancias, desde que en 1497 se produzca la anexión de Melilla, en pocos años varios enclaves de la costa magrebí pasan a formar parte de una Corona de Castilla que tiene en la reina Católica y en el cardenal Cisneros a sus principales valedores de la cruzada norteafricana. Mazalquivir en 1505, Cazaza en 1506, el Peñón de Vélez de la Gomera en 1508, Orán en 1509, el Peñón de Argel, Bugía y Trípoli en 1510, se conforman como principales puntos de la presencia española al otro lado del Estrecho. Sin embargo, en África, el modelo de penetración territorial empleado es el heredado directamente de la guerra de Granada, en el que las razzias, rebatos y cabalgadas, como operaciones de saqueo y de corto alcance, sustituyen a cualquier otro tipo de gran operación militar. De acuerdo con este sistema de ocupación restringida del espacio, las tierras que se anexionan son las ciudades y pueblos de la costa, sin invadir el interior, por lo que estos territorios quedarán desde el principio como reductos aislados en medio de espacios que seguirán siendo controlados por el islam [2]. Es ésta la causa que explica que muy pronto estos enclaves se vean necesitados de la colaboración con quienes en un principio se ha pretendido dominar, como única fórmula para subsistir en un territorio hostil y cercado. En este sentido, la nueva frontera norteafricana se hace más permeable de lo que cabría haber imaginado. Aunque territorialmente es una frontera estancada, ya que durante tres siglos casi no hay avances ni retrocesos, dada la posición meramente defensiva en la que quedan los presidios españoles ante su rápido anquilosamiento tras la conquista, lo cierto es que el paso de hombres y mujeres de un lado al otro es continuo y constante. Las dificultades para subsistir que pronto empiezan a padecer los cristianos de estas plazas les aboca a establecer estrechas relaciones con los musulmanes del entorno, en una clara inflexión del código de valores que ha llevado a los españoles a penetrar en tierras de la orilla meridional del Mare Nostrum. En medio de estas desfavorables circunstancias, que se repiten sistemáticamente para todas y cada una de las posesiones que España va consiguiendo en el norte de África, se alza el enclave de Orán como un presidio que trasciende los límites de la plaza militar propiamente dicha para convertirse en una auténtica ciudad castellana enclavada en la frontera norteafricana. El hecho de ser uno de los principales enclaves corsarios de la costa de Berbería, unido a sus magníficas condiciones orográficas e hidrográficas, animaron a Fernando el Católico, tras la muerte de Isabel en 1504, y al cardenal Cisneros a poner en marcha la conquista de este territorio, culminada en mayo de 1509, si bien ya estaba decidida desde que en 1505 se hubiera llevado a cabo la anexión de Mazalquivir, situado a sólo una legua, enclave con un magnífico puerto pero carente de agua potable, de la que Orán disponía en abundancia. Orán se configura como el único enclave de Berbería al que se intenta y, en buena medida, se consigue, trasladar muchos de los presupuestos administrativos, sociales, económicos y religiosos establecidos por los Reyes Católicos para las urbes españolas que habían sido recuperadas para la cristiandad en las últimas décadas del siglo XV. Gracias a ello, Orán pronto adquiere todos los rasgos que definen a una ciudad de frontera, llegando a convertirse y actuar como el eje central en torno al cual se articula la presencia española en la frontera de Berbería.   La estratégica situación en la que se halla ubicada Orán influyó de manera decisiva a la hora de conformar este enclave como ciudad al uso de las de la Castilla del Quinientos, superando la mera consideración de plaza militar. Por un lado, su gran proximidad a la península Ibérica iba a facilitar una comunicación continua con la metrópoli, en especial con los puertos de Málaga y Cartagena, principales abastecedores de este enclave, de los que estaba situada a menos de una jornada entera de navegación. Junto a ello, la localización de Orán en el Magreb central permitió desde muy pronto que esta ciudad sostuviera estrechas relaciones con un amplio ámbito del territorio norteafricano, tanto en lo referente a otras plazas de dominio cristiano como a tierras controladas por el islam, al tiempo que favoreció el permanente seguimiento en la evolución de los acontecimientos que acaecían tanto en la zona oriental como occidental de Berbería. Por ende, Orán formaba el vértice inferior de un hipotético triángulo formado por España, sus posesiones italianas y sus presidios en el norte de África. Aun sin llegar a ejercer el papel de Túnez, Bizerta y la Goleta en la defensa de los intereses italianos de la Monarquía, Orán también alcanzó a tener una notable relevancia en esta cuestión, además de en otras como en el propio avituallamiento de Nápoles y Sicilia gracias al grano conseguido a bajo precio a través de los tratos de los gobernadores de este presidio con las tribus musulmanas del entorno en nombre del rey español. Como consecuencia de las magníficas condiciones naturales de esta plaza y de su estratégica situación, la Corona no dudó en potenciar sus cualidades defensivas, tanto en relación con la propia supervivencia de la guarnición y de la población civil del presidio, como en lo relativo a la ayuda que podía ejercer dentro de un sistema más amplio de defensa de las posesiones españolas en el Mediterráneo. Ya desde el momento inmediatamente posterior a la conquista que ahora se conmemora se vio la necesidad de dotar a Orán y a Mazalquivir de las mejores cualidades defensivas para oponer una resistencia firme y eficaz contra el enemigo, apareciera éste en forma de embarcación corsaria o bajo la fórmula de un ataque por tierra protagonizado por alguna tribu de moros de guerra hostil a la presencia cristiana en el Magreb. Los rasgos geográficos que rodean a estos dos enclaves, doble presidio en realidad, eran lo suficientemente favorables como para hacer posible la aparición de un entramado defensivo que los convirtiese en bastión inexpugnable dentro del Magreb central. Orán se asienta sobre una compleja orografía, alzándose una parte de la misma sobre una ladera y la otra sobre una sierra, lo que favorece la posibilidad de erigir fortalezas en terrenos elevados, al tiempo que dota a la plaza de una abundancia de aguas inusual entre los presidios norteafricanos, que casi siempre debían traerla desde España y almacenarla en enormes aljibes. Mazalquivir, situada a poco más de una legua de Orán, se alzaba en su totalidad sobre una peña viva, rodeada de una sierra de gran elevación, y tenía a su favor el albergar el mejor puerto de toda la Berbería, el Portus Magnus romano, del que Juan León Africano refería que no había otro igual en todo el mundo hasta entonces conocido, pues era capaz de albergar cientos de navíos y galeras al abrigo de cualquier tempestad[3]. A pesar de las complejas comunicaciones entre Orán y Mazalquivir, realizadas a través de un angosto paso denominado “silla de Orán”, lo cierto es que las imponentes características de su puerto hicieron pronto de Mazalquivir un punto estratégico en la comunicación entre Berbería y España. Mazalquivir se convirtió en el puerto de Orán, compensando así las insuficiencias de la ciudad al respecto, pues ésta no poseía más que una pequeña playa con un desaconsejable embarcadero.             Orán y Mazalquivir entraron de lleno en los presupuestos básicos de la arquitectura militar del Renacimiento, en una clara evolución respecto a lo que se había considerado característico de la poliorcética medieval. La necesidad de ofrecer respuestas defensivas a las nuevas formas de guerra, con una artillería cada vez más efectiva y compleja, obligaban a desarrollar las fórmulas tradicionales de la ingeniería militar, adecuándolas a los nuevos tiempos, motivo por el cual las murallas hubieron de hacerse más gruesas y se alzaron cuantiosos bastiones[4]. En Orán, la destrucción parcial de las defensas anteriores a la entrada de los españoles por los combates acaecidos en el transcurso de la conquista facilitó que se pudieran ensayar en estas plazas fórmulas técnicas que la arquitectura militar necesitaba probar en algún lado antes de exportarlas a defensas que pronto se iban a convertir en prioritarias, como ocurrirá con las de la vertiente norte de la Monarquía ya en la segunda mitad del XVI. Pero, al situarse en territorio de frontera donde la amenaza se gestiona tanto por tierra como por mar, la fortificación de Orán-Mazalquivir deberá contar con características propias, teniendo muy en cuenta las formas y aparatos de guerra a los que habrán de enfrentarse en su guerra contra los musulmanes, lo que suponía que había que estar tan preparado para los limitados embates terrestres de las tribus de moros de guerra como para los más sofisticados cercos desde el mar que  habría de protagonizar la armada otomana, apoyada por las galeras argelinas, en las décadas centrales del Quinientos. No se olvida que estas plazas se han conquistado bajo el ideal de recuperación de la vieja España Transfretana, pero también para taponar una posible nueva invasión musulmana y sobre todo para privar al corso berberisco de uno de sus puertos más activos en el Mediterráneo. Con ayuda de materiales como la argamasa de cal y tierra y la piedra, ésta última muy abundante en las proximidades de Orán, se reconstruyó la muralla, se levantaron puertas y torres y se completaron a lo largo de los siglos XVI y XVII hasta un total de cinco magníficos castillos, destacando el impresionante Rosalcázar en Orán y toda la fortificación de Mazalquivir, con un gran castillo de 201.850 pies cuadrados, explanada de 137 pies, con dos baluartes y cuatro bastiones (el de Santiago, San Felipe, San Juan, y la Cruz)[5]. Bajo la concepción previa de hacer de este doble presidio la cabeza de la presencia española en el norte de África, el trazado y edificación de las fortalezas de Orán y de Mazalquivir se encargará a los ingenieros y maestros de obras más prestigiosos de los reinados de Carlos V y Felipe II. Arquitectos como Micer Benedito de Rávena, Juan Bautista Antonelli o Jacome Pelearo, apodado El Fratin, dotan a estas plazas de un sistema de defensa basado en los más avanzados tratados de la poliorcética moderna. El conjunto defensivo de Orán-Mazalquivir se convierte en obra maestra de la fortificación española de los siglos XVI y XVII en la frontera del Mediterráneo y eje de referencia para otras construcciones que se llevarán a cabo no sólo en territorios italianos, alemanes, y holandeses, sino en la propia frontera de Ultramar.   De igual manera, la forma de repoblar y guarnecer la plaza de Orán, así como los diferentes grupos sociales que van formando el conjunto de su población desde los primeros años tras la conquista, nos introducen en las características más evidentes de una ciudad de la frontera de Berbería. El repartimiento de 1513 ya establecía que debían acudir a este enclave hasta un total de 600 vecinos, a los cuales se les entregarían tierras libres de tributos sin posibilidad de venta, donación ni enajenación durante un plazo de diez años, "siendo obligación de las mismas mantener 200 hombres de entre sus deudos para servir al rey con armas y caballos, y el resto de varones útiles como tropas de a pie llegada la necesidad"[6]. Para Mazalquivir, serían necesarios 100 vecinos, de los que 30 ejercerían como escuderos y 70 como peones. Estos setecientos vecinos en total se beneficiarían de la dispensa en la paga de todo servicio y contribución a la Corona, pero indefectiblemente se comprometían en la salvaguardia del doble presidio. De lo conquistado a los musulmanes, los vecinos que sirvieran con su caballo recibirían casa, huerta y tierras por valor de setenta mil maravedíes, siendo de cuarenta y cinco mil el valor que recibirían los que lo hicieran a pie. Esta población civil habría de organizarse siguiendo como modelo de administración municipal el Fuero de Málaga. Desde finales de 1509 también habría empezado a funcionar el cabildo de Orán, en reuniones periódicas en las que intenta regular la vida municipal de la urbe en todos sus aspectos, desde la necesidad de regar las huertas y vigilar el funcionamiento de los molinos hasta el ajuste de los precios y salarios. De igual forma, se había puesto en funcionamiento un mercado libre que podría ser atractivo tanto para los comerciantes españoles como para los procedentes de Francia o Génova, sin olvidar los tratos con los mercaderes musulmanes y judíos establecidos en tierras del reino de Tremecén. Al tiempo que se dotaba a la ciudad de las bases prioritarias para el desarrollo de una vida civil, se gestionaba la vertiente militar de la plaza, en tanto en cuanto no dejaba de ser un presidio enclavado en territorio fronterizo. En el asiento para la tenencia de Orán firmado entre la Corona y don Diego Fernández de Córdoba tras hacerse efectiva la anexión de este enclave, se estipulaba que la guarnición que había de defender conjuntamente Orán y Mazalquivir debía estar conformada por tres mil soldados, distribuidos entre escuderos a pie y a caballo, artilleros, espingarderos, ballesteros, y piqueros[7]. La puesta en marcha de la vida militar en una plaza como Orán, situada estratégicamente en el reino de Tremecén, próxima a la capital del reino y a enclaves como Mostaganem y Argel, requería de un número de soldados verdaderamente importante. La infantería volvía a ser el arma más cuantiosa, de acuerdo con una consideración previa de ocupación y defensa del enclave conquistado, sin intención de llevar desde él la guerra contra el infiel a otras tierras de Berbería. No será hasta tres años después cuando, acabadas las primeras obras de reparación de las fortificaciones de la plaza y con la garantía de la colaboración por parte del rey de Tremecén, que se había hecho tributario de la Corona en 1511, pudo reducirse casi a la mitad el número de soldados necesarios para la defensa de este doble presidio, que pasaron de los tres mil estipulados en 1509 a solamente 1.750. A lo largo del siglo XVI, esta cifra sería rebajada hasta los mil doscientos soldados, reuniendo en ellos las armas de infantería, artillería y caballería, cifra que sería incrementada por Felipe II a finales de su reinado hasta los 1.700 soldados, si bien es cierto que los alardes y muestras confirman que estas cantidades no fueron nunca cubiertas en su totalidad. En cualquier caso, siempre prevaleció el interés de que los soldados destinados en esta ciudad de frontera acudieran allí acompañados de sus familias, en un intento por hacer más comprometida la defensa del enclave respecto al enemigo exterior y más llevadera la difícil situación a la que se veían abocados estos militares destinados en ellas largo tiempo, mal pagados y a veces con verdaderas dificultades para sustentarse. Y es que el problema con el que muy pronto habrían de lidiar estas plazas, precisamente a causa de su importante población civil y militar, iba a ser el de la subsistencia, habida cuenta de la forma de ocupación del espacio que se había seguido en los territorios norteafricanos. Aunque Orán disponía de algunas huertas para sembrar ciertos productos y de fuentes con las que regarlas, su numerosa población no podía ser alimentada con estos parcos recursos y la imposibilidad de recibir de forma periódica envíos desde España abocaría a las autoridades civiles y militares del doble presidio a articular soluciones de emergencia. Aunque la Corona no renunció nunca a su deber de intentar reunir y enviar con la mayor celeridad, regularidad y seguridad posible el dinero, pertrechos y vituallas que necesitaban los soldados para subsistir y defender la plaza con ciertas garantías, no es menos cierto que pronto se vio obligada a abrir el camino al abastecimiento procedente de las propias poblaciones indígenas. Los musulmanes del entorno fueron el mejor y único recurso para conseguir lo que las pequeñas tierras ocupadas y repartidas entre los colonos y luego vecinos de Orán no podían reunir y lo que no llegaba desde España cuando se necesitaba y cuanto era menester. En realidad, la posibilidad de que fuera el grano islámico el que acabara alimentando a los soldados castellanos ya había sido una posibilidad vislumbrada por la Corona desde el momento en que se idearon las empresas de conquista de Berbería. Una vez que éstas se hubieron llevado a cabo, ateniéndose al menor esfuerzo económico y reclutador posible, era evidente que los tratos comerciales con los musulmanes del entorno de estas plazas, unido a las entregas de alimentos pactadas en los acuerdos con los sultanes, iban a tener un notable peso específico en la supervivencia de las guarniciones cristianas. Desde un principio, los monarcas cristianos animaron a reforzar estos canales de avituallamiento. Ya en 1510, cuando Fernando el Católico daba a Pedro Navarro las pautas a seguir en la firma del pacto con Muley Abdila, sultán zayāní de Tremecén, no dudaba en advertirle que,“una de las cosas que principalmente habéis de mirar en este y los otros asientos que ficiérades ha de ser, que las cosas que nos quedaren en Africa, queden de manera que con lo mismo de Africa folgadamente se puedan sostener adelante, porque sostenerlas solo con lo de aqá, como agora se face, sera un imposible y por tiempo se perderan y asi no se aprovecharía lo que agora facemos. Así que hase de mirar a que queden de manera que para siempre se puedan conservar con lo de allá, y que al delante de aquá no hayan menester gasto alguno ordinario salvo ser socorridas con gente y armadas en caso que pudiese acaecer ...” [8]. Este recurso al grano musulmán supone el paso de una concepción previa del infiel como colectivo a controlar tras una necesaria conquista de los territorios que habita, a una forma de relación en la que el musulmán va a ser vasallo del monarca cristiano y con él se negocia y se realizan tratos comerciales que acabarán generando todo un sistema de obediencias y fidelidades por ambas partes. Este sistema está demostrando la limitación en los resultados prácticos de la empresa castellana en el “Lejano Sur”, pero, lo cierto es que acaba desarrollándose hasta tales límites que terminará ofreciendo a la Corona española su gran razón de ser para perpetuar su presencia en este enclave aun a pesar de la sangría económica y financiera que su conservación supone. Tan sólo unos años después de la conquista de Orán, ya aparece plenamente conformado el sistema por el cual sus habitantes recurren al grano musulmán para poder subsistir. Para ello, el gobernador abrirá las puertas de la muralla al jeque de la tribu que está dispuesta a colaborar con los cristianos. Estas tribus de moros de paz, tal y como aparecen nombradas en la documentación, se comprometen a entregar trigo y cebada de sus cosechas en determinadas cantidades a las autoridades cristianas. Si hay acuerdo entre las dos partes, se procede a firmar el seguro o temin, que el gobernador, en nombre del rey y como máxima autoridad de las plazas, firma con el jeque, como cabeza de la parcialidad o conjunto de aduares. Este seguro suele tener un año de validez -de agosto a agosto- y exige la declaración del número de arados que hay en el aduar, pues en relación con dicha cifra -y con las necesidades anuales de la guarnición del doble presidio- se establecerá la cantidad total de trigo y cebada que los vasallos de las tribus aseguradas deben entregar en Orán al término del tiempo durante el cual ha sido efectivo este seguro. En las décadas finales del Quinientos lo habitual fue que por cada arado los villanos de estas tribus de moros de paz entregaran “treinta medidas de almudes o celemines castellanos de trigo y otras treinta de cebada”[9]. A cambio de estas entregas, los moros de paz obtienen permiso para sembrar y pastar sus ganados en los términos y contornos de Orán y Mazalquivir, en diez o doce leguas alrededor. También se aseguran la inexistencia de ataques por parte de los cristianos -en forma de cabalgadas-, así como su protección frente a aquellos otros moros que no colaboran con los cristianos y frente a los representantes de la Sublime Puerta en el Magreb, que cada año despliegan sus fuerzas por el territorio norteafricano para recaudar la garrama, tributo al cual se ven sometidas todas las tribus asentadas en los dominios y áreas de influencia del Turco en el norte de África. Desde mediados del siglo XVI, a la tributación en grano que conlleva el seguro se añade la venta de una determinada cantidad del mismo producto, siempre a los precios más moderados que puedan ofrecerse, a la que bien puede acompañarse la transacción de otros productos difíciles de conseguir por los cristianos de Orán y Mazalquivir, bien se trate de alimentos (garbanzos, dátiles, almendras, miel), bien de productos suntuarios (alfombras, lienzos, tapetes). La venta de grano a precio preferente se denomina rumia o romia y aunque, en teoría, es voluntaria para las diferentes tribus de moros de paz con seguro, acaba siendo "casi como pecho por fuerça porque no trayendolo queda su seguro muy bidrioso y a pique de rromper con los soldados de oran"[10]. Como confirmación de que lo acordado se iba a cumplir, el gobernador exigía que, en prenda, quedara en Orán algún familiar del jeque -en muchas ocasiones un hijo suyo- quien, durante el año de validez del seguro, sería mantenido por la real Hacienda. Siguiendo las instrucciones de la Corona, los diferentes gobernadores de Orán ponen todo de su parte para conseguir mantener e incrementar el número de tribus con seguro. La mejor propaganda que el gobernador puede hacer para que los jeques se acerquen al doble presidio para pedir el seguro, además de dirigirse a ellos por escrito ofreciéndoles todo tipo de parabienes y amistad si se colocan bajo la protección española, es actuar adecuadamente respecto a aquellos que ya lo han firmado. Para ello será objetivo fundamental ejercer una adecuada salvaguardia sobre las tribus de moros de paz frente a la hostilidad que les acecha por parte de los representantes del Imperio otomano enviados desde Argel o desde cualquier otra regencia berberisca, así como por parte de los moros de guerra. Cuando la política de recuperación del legado visigodo decidida en un principio por los Reyes Católicos sobre el Magreb ha dado paso a un mero afán defensivo que únicamente pretende la pervivencia española en Berbería en las mejores condiciones posibles, la colaboración con los musulmanes por la vía pacífica se erige en principal y  único recurso, lo que supone toda una serie de cambios en determinados espacios de esta frontera, en lo relativo a las relaciones mantenidas entre cristiandad e islam hasta este momento. Los tiempos de la conquista han dado paso al período del trato y los acuerdos, y ello se traduce tanto en el pacto con los representantes de diferentes dinastías en algunas ciudades berberiscas, como en que se negocie la manera en que la frontera de Berbería pueda llegar a ofrecer un marco de vida afín a los cristianos de los presidios y a las tribus musulmanas hostiles al Imperio otomano. Dentro de estos  parámetros de relación entre las dos culturas son factibles los contactos entre los soldados que forman parte de la guarnición cristiana y las mujeres musulmanas que viven en las tribus próximas a Orán, llegando a aparecer, incluso, cristianos que reniegan de su fe para unirse con ellas. En una sociedad de frontera donde las líneas que demarcan intereses e intenciones quedan tan diluidas en favor de la propia supervivencia, se comprueba cómo es factible que el hijo de soldado cristiano y madre musulmana o de padre musulmán y madre cristiana llegue, incluso, a asentar plaza en la guarnición que defiende la presencia española en tierras norteafricanas. Los gobernadores de las plazas eran conscientes de que los beneficios derivados del servicio a las armas entre las tropas españolas de estos hijos de musulmán/a eran superiores a las desventajas que podían obtenerse, pues estos soldados podían reunir, precisamente por la conjunción de las dos culturas y religiones que en ellos se presentaba, las cualidades que se buscaban en el buen soldado cristiano y en el musulmán, además de adjuntar opciones de conocimiento de lenguas, terrenos y costumbres fundamentales para una guarnición que encuentra en los pactos con el islam una fuente prioritaria para asegurar su pervivencia en estos territorios de ocupación restringida. La colaboración entre cristiandad e islam en la frontera de Berbería, y en concreto en el caso de la ciudad de Orán, aún es más patente en el caso de los mogataces, entendiendo por tal al musulmán que "bautizado o no, servía como espía, guía o auxiliar en las tropas españolas de ciertos presidios africanos"[11]. Ellos son musulmanes que, aunque escasos en número, ejercen un papel fundamental en la defensa de los estas plazas por su gran conocimiento del territorio, lengua y costumbres, tanto los que sirven desde dentro del doble presidio, teniendo o no plaza asentada entre la guarnición, como aquellos otros, más numerosos, que prestan su apoyo desde las tribus de moros de paz a las que pertenecen. Por su trabajo reciben un salario y en el caso de que hayan participado en una cabalgada, entrarán también en el reparto del botín. Bien actuando como espías frente a los moros de guerra, bien vigilando el cumplimiento de los pactos firmados con los moros de paz, o incluso interceptando posibles objetivos para futuras operaciones cristianas de ataque y saqueo, los mogataces se configuran como elemento prioritario de la guarnición cristiana, considerándose los beneficios que de su presencia en ella se puedan desprender por encima de los recelos que su origen, procedencia y confesión puedan despertar[12]. La aparición de estos soldados musulmanes en el ejército cristiano no es sino un ejemplo más de la caracterización de Orán como ciudad fronteriza, en la que nada es fijo e inmutable y según las condiciones que ofrece cada coyuntura todo puede llegar a ser válido y aceptable, incluso acabar colaborando con quienes estaba previsto combatir para lograr un dominio sobre ellos y los territorios en los que habitaban. Son las mismas pautas que enmarcan comportamientos como los que ofrecen los renegados cristianos que aparecen en esta frontera norteafricana, capaces de abandonar sus creencias cuando es la única fórmula válida para conservar o mejorar su vida, tanto se trate de soldados de las guarniciones de los presidios, hartos de sufrir miserias y privaciones, o de quienes son capturados por musulmanes y llevados a los baños de Argel o de Túnez, donde quedarán en espera de un ansiado rescate. Y el poder establecido en el lado cristiano, consciente de las condiciones concretas en las que se desarrolla esta vida de frontera, admite de nuevo en su seno a quienes se arrepienten y vuelven. Así lo hace el poder político, militar y judicial, encarnado por los gobernadores, que acogen en Orán a los soldados desertores que regresan a la plaza, intentando incentivar a otros soldados huidos para que vuelvan, de igual forma que abren las puertas de la muralla a los cautivos en los baños islámicos que, tras una etapa viviendo como musulmanes, vuelven a tierra cristiana convencidos de que el islam es una falsa y herética secta.   A estos musulmanes que colaboran con los cristianos, viviendo en el interior de las plazas y manteniendo plenamente su status de hombres libres, habría que añadir, aunque ya en una situación por completo diferente, el grupo de los musulmanes que han sido capturados en el transcurso de una cabalgada contra moros de guerra. Se trata de un sector de población que pudo llegar a alcanzar cifras ciertamente relevantes en Orán durante los siglos XVI y XVII, a tenor de las numerosas razzias llevadas a cabo por los cristianos sobre las tribus musulmanas hostiles del entorno, y que, además, en muy pocas ocasiones se configura como población de carácter temporal, pues si bien algunos de ellos conseguían el ansiado rescate poco después, lo más usual era que, tras ser vendidos en pública subasta, y pasando a ser propiedad de los amos cristianos o judíos que los habían adquirido, quedaran bajo su obediencia durante largos años. Para muchos de ellos, la opción de la conversión se configura como la única salida a una difícil situación personal que se prolonga en el tiempo más de lo deseado, si bien es cierto que el bautismo no solía llevar consigo la libertad del esclavo musulmán. Para quienes sí la consiguen, será frecuente que, una vez libres, opten por entrar a formar parte de la guarnición de las plazas, y es que, una vez abrazada la fe cristiana y demostrando cualidades suficientes para el oficio militar, el servicio a las armas podía ofrecerles la posibilidad de iniciar una nueva existencia como cristianos dentro del doble presidio, llegando a ocupar puestos importantes entre las tropas que guarnecen las plazas. Muchas veces fueron los propios dueños de estos esclavos los que se encargaron de iniciarlos en la fe cristiana, comenzando así un proceso de conversión que luego sería reforzado por la labor de la Iglesia presente en Orán. Pero el hecho fundamental de vivir en una sociedad de frontera y las dificultades para subsistir en estos enclaves hicieron que, en muchas ocasiones, estos esclavos ya convertidos decidieran salir de estas plazas y volver a integrarse en la cultura musulmana de la que procedían, si bien luego algunos de ellos se arrepentían y volvían a la fe cristiana. En este grupo de esclavos musulmanes habría que integrar también a los de raza negra, que llegan al doble presidio casi siempre tras la oportuna venta por parte de sus amos, los moros de paz, que los han capturado en el transcurso de sus continuos viajes por las tierras norteafricanas en busca de mercancías para comerciar. En ocasiones, son los propios cristianos quienes los capturan en el transcurso de ataques a moros de guerra que incluyen entre su población a negros que ellos han capturado previamente, y también se da el caso de que estos musulmanes de raza negra entren en las plazas sirviendo como moneda de cambio para efectuar los rescates de esclavos musulmanes de raza blanca que se hallaban cautivos en el doble presidio. A pesar de los diferentes grupos de población musulmana que entran en Orán, unos de forma más temporal, otros con un carácter más estable, no parece factible referir la existencia de una morería en el interior de Orán. En este sentido, Ifre, población situada a pocos cientos de metros de la ciudad de Orán, albergaría el barrio musulmán del que la urbe oranesa no dispuso. En Ifre, como también en Canastel, ésta a tres leguas del doble presidio, se asentaban buena parte de las tribus de moros de paz con las que más contacto tuvieron estas plazas españolas, facilitando así unas relaciones que llegaron a convertirse en vitales para la subsistencia de la población cristiana en el continente vecino. Lo que sí conservó Orán durante buena parte de su historia como ciudad española en la frontera de Berbería fue una judería, desde poco tiempo después de la conquista del enclave y hasta la definitiva expulsión de este colectivo hebreo en 1669. La presencia judía en el Orán cristiano arranca el mismo año de 1509 cuando, tras la conquista, se permite a Rubi Satorra que permanezca en la plaza como intérprete de la lengua arábiga, y se amplía tan sólo tres años después, cuando Fernando el Católico otorga una cédula por la que autoriza a los judíos apellidados Cansino y Bensemerro a vivir en Orán, donde servirán en calidad de recaudadores de los derechos que tradicionalmente se recogían para el rey de Tremecén[13]. La razón que cabe aducir para la concesión de dicho permiso hay que buscarla, como en el caso de las relaciones establecidas con los musulmanes, en el tipo de conquista a través del cual se realiza la penetración castellana en estas plazas. Muy pronto los cristianos comprueban que la mejor manera de llevar a cabo el necesario acercamiento a los musulmanes del entorno es a través de los judíos que habían vivido en estas plazas y en su alfoz pues, no en vano, muchos de ellos eran herederos de los expulsados de suelo español en 1391 y/o en 1492, y habían venido manteniendo unas estrechas relaciones con la población musulmana. La judería que empieza a conformarse en el Orán cristiano a partir de la cédula de Fernando el Católico de 1512 seguirá creciendo en importancia -no tanto cuantitativa como cualitativa-, a lo largo del siglo XVI. Los recelos que habían llevado a decretar la expulsión de los judíos de España en 1492 se trocaban en ventajas en unas plazas de caracteres tan específicos como los presidios del norte de África. La fuerza y determinación con la que algunos judíos de Orán realizan oficios y funciones en beneficio de la pervivencia española en estos enclaves llega a configurarse como factor fundamental para que un núcleo hebreo siga estando presente en uno de los enclaves meridionales de España hasta la segunda mitad del siglo XVII, cuando ésta ya es una opción desechada para los demás territorios de la Monarquía. Su conocimiento de Berbería, sus relaciones desde antiguo con las tribus musulmanas, su dominio de la lengua árabe, hizo de algunos de estos judíos de Orán parte fundamental de la defensa del doble presidio debido a su capacidad de actuar como lenguas e intérpretes de los musulmanes, -cargo desempeñado por la familia Cansino durante todo el siglo XVI-, favoreciendo por tanto todos los tratos que era menester realizar con ellos. Pero esas mismas aptitudes les hicieron ser hábiles para actuar como guías en jornadas contra los moros de guerra o como espías que vigilan los proyectos y actuaciones de las autoridades que rigen los enclaves musulmanes más próximos, caso de Tremecén, Mostaganem y Argel, así como de las que están al frente de ciudades más lejanas, caso de Túnez, Marrakech y Fez, e incluso, de la propia Estambul. Para los judíos de Orán que tienen una capacidad económica y financiera más potente, se abre la posibilidad de realizar un destacado papel como agricultores, ganaderos, comerciantes o prestamistas, actividades todas en las que consiguen un puesto primordial que incrementa sus opciones de seguir presentes en estas plazas. El grano que obtienen con sus cosechas puede alimentar a la guarnición cristiana cuando ni lo que llega de España ni lo conseguido a partir de los moros de paz es suficiente para colmar sus necesidades, y no dudarán en conseguir importantes beneficios con su venta, ofreciéndolo a un precio bastante más elevado de lo que se paga a los musulmanes. Algo semejante ocurre con ellos en su faceta de comerciantes, pues si por un lado permiten el acceso de la población cristiana a productos que de otra forma no entrarían en las plazas, también es cierto que suben tanto los precios que se llega a discutir, en los años finales del Quinientos, sobre la permisión o prohibición de contratar por parte de los judíos. En este sentido, es cierto que aquellas familias hebreas que, por sus funciones al servicio de la Corona, consiguieron un elevado nivel de rentas, ejercieron un papel decisivo en el mantenimiento del doble presidio. Y lo hicieron en su vertiente financiera, como prestamistas de aquellas cantidades de dinero que no eran remitidas de España con suficiente diligencia y volumen como para satisfacer las necesidades de la guarnición, si bien este mecanismo de actuación complicó en alguna medida la situación de unas plazas que luego eran incapaces de devolver estos préstamos, aunque fueran hechos a bajo interés. También como compradores de esclavos musulmanes y como mediadores en los rescates de cristianos cautivos en Argel, Túnez o Tremecén, lograron los judíos, gracias a su fortaleza económica y a sus fluidos contactos con el mundo musulmán, ser considerados como núcleo de población de evidente interés para Orán y Mazalquivir. Esta diversidad de culturas, religiones, modos, costumbres y lenguas es lo que hizo excepcional la vida diaria en esta ciudad, por su gran riqueza y variedad, convirtiéndola en lo que “había sido una posibilidad desechada para la península: una ciudad pluriconfesional”[14], una urbe en la que había un contacto continuado entre tres culturas y tres religiones por el hecho de estar enclavada en un territorio fronterizo, si bien ello no implica en absoluto relaciones en condiciones de igualdad entre ellas tres. Sólo teniendo esto en cuenta se pueden entender muchos de los mecanismos por los cuales se rige la vida en esta ciudad. Desde su propia configuración urbanística, con una judería en pleno funcionamiento hasta bien avanzado el siglo XVII, a las actividades económicas desarrolladas, pasando por las relaciones con el entorno de Berbería, todos son aspectos que están determinados por la existencia de esta sociedad plural, en la que el grupo más numeroso fue el cristiano, mientras que el musulmán y el judío tan sólo constituyeron pequeñas minorías. Las relaciones entre las tres comunidades no fueron fáciles, pero el hecho de que cada uno de estos grupos desempeñase un papel importante dentro del funcionamiento de la ciudad permitió que ésta cumpliera los objetivos para los cuales la Corona la mantenía como avanzadilla de la cristiandad al otro lado del Estrecho.   Fue precisamente esta adecuada organización militar, social y administrativa de la plaza de Orán la que determinó el prioritario papel que estaba llamada a desempeñar como ciudad de frontera en la costa de Berbería. Desde el mismo momento en que había comenzado a idearse su conquista, ya se pudo evidenciar cómo desde Orán se habría de vigilar el corso berberisco en aguas del Mediterráneo occidental, se debería contribuir a la defensa de las posesiones italianas de la Corona de Aragón y habría que controlar y neutralizar toda posibilidad de nueva invasión musulmana de la península. Además, a partir de 1518, la alianza de Hayreddín Barbarroja con la Sublime Puerta convertiría los intereses otomanos de expansión por tierras de Berbería y por aguas del Mediterráneo central y occidental en un nuevo foco de preocupación para los anhelos políticos, económicos y estratégicos de la Corona [15]. En esa fecha hay que datar el inicio de Argel como centro de operaciones otomano en el norte de África, dando una dimensión totalmente nueva a las necesidades defensivas estipuladas para ser ejercidas desde Orán. Lo que no hay que olvidar es que los territorios de presencia castellana al otro lado del Estrecho, y Orán en especial, por cuanto se advierte su calidad de eje de dicha presencia, nunca tuvieron vocación de actuar como punta de lanza de una hipotética acción ofensiva de las armas españolas en el norte de África. Estos territorios costeros fueron tomados con la intención de servir de privilegiadas atalayas en el control del corso musulmán, a la vez que como baluarte defensivo de las aguas que rodeaban la península. Pero, ni en el momento de la conquista, en el que el peligro otomano todavía se vislumbraba como una lejana amenaza que por entonces sólo acechaba al Mediterráneo oriental, ni unos pocos años después, cuando el poder turco se hace presente en el norte de África a través de su pacto con los hermanos Barbarroja, tendrá Orán una función de ejercer de base de partida de operaciones militares contra enclaves del Magreb, en especial cuando las guarniciones empiecen a padecer graves dificultades de subsistencia por quedar confinadas en tan reducido territorio. Sólo en las primeras décadas tras la conquista es posible advertir la participación de soldados oraneses en determinadas operaciones para conseguir la sumisión de territorios del entorno cuyo control es fundamental para la pervivencia de las armas cristianas en Berbería, máxime cuando el peligro otomano se convierte en amenaza real para los intereses españoles en estas latitudes. Así, cabe citar, por ejemplo, las campañas llevadas a cabo sobre Mostaganem, territorio que, tras haber declarado su vasallaje a Fernando el Católico en 1511, había caído en el área de influencia de Argel. Diferentes empresas para conseguir de nuevo el pacto del gobernante islámico fueron organizadas desde Orán en 1543, 1547 y 1558, todas ellas fracasadas. En la última de ellas, la de 1558, perdió la vida uno de los más afamados gobernadores de Orán y Mazalquivir, don Martín de Córdoba y Velasco, primer conde de Alcaudete, episodio que tuvo una especial trascendencia en la España del ya agonizante Carlos V[16]. Algo semejante ocurre con Tremecén, enclave que, tras la conquista de Mazalquivir y Orán, inició una larga etapa de vasallaje a los reyes cristianos pero que, conforme fue avanzando la centuria, osciló en su obediencia a españoles y otomanos, partiendo siempre desde Orán el empuje, bien por la vía de las armas, bien por el camino de la diplomacia, para conseguir el control cristiano de este territorio, hasta que definitivamente se sitúe en la órbita de control otomano a partir de 1551. Estas operaciones desde Orán sobre tierras del entorno se mantendrán mientras en España permanezca más o menos activa la política de anexión de puntos estratégicos en Berbería para ostaculizar el avance otomano en Berbería y, por tanto coinciden en el tiempo con empresas de resultado tan dispar como las de Túnez en 1535 o la de Argel 1541. En los años centrales del siglo XVI, al detenerse definitivamente los avances cristianos en el Magreb y trasladarse el enfrentamiento con la Sublime Puerta al área marítima del Mediterráneo centro-occidental, Orán, como el resto de los presidios, se convertiría en una posición estable cuya principal forma de ayudar a la defensa de los intereses de la Monarquía será a través de una minuciosa labor de información de las actividades que el enemigo islámico está organizando en contra de los intereses cristianos. Lo fundamental para ejercer una buena defensa frente al Imperio otomano era conocer cuanto antes sus planes sobre puntos concretos de la cristiandad y, una vez detectados, poder oponer resistencia a ellos con anticipación y garantías. La dificultad de mantener espías en Estambul controlados desde Orán hizo que los gobernadores de este presidio situaran a sus confidentes en Argel, a tenor de los fluidos contactos mantenidos por esta ciudad y la capital del Imperio otomano hasta los años centrales del siglo XVII. A través de ellos y de los informadores y pesquisidores que los españoles establecen en las diferentes regencias berberiscas que cada vez discuten más el poder otomano, los gobernadores de Orán pueden alertar al gobierno de la Monarquía en caso de proximidad de algún peligro. Esta compleja red de espías, confidentes y correos que el doble presidio controla a lo largo y ancho de Berbería, con conexiones básicas en las dos orillas del Mediterráneo, será una de las razones que más contribuiría a mantenerlo en poder de la Corona a pesar del elevado desembolso que su conservación suponía para las arcas reales[17]. La información de lo que ocurre en Estambul, costa oriental del Mediterráneo, Túnez, Argel, Tremecén, Fez o Marrakech, entre otros diversos enclaves, acaba llegando antes o después a Orán y desde aquí se canaliza con rapidez y fluidez hacia España en interminables relaciones que los gobernadores remiten al Consejo de Guerra. Estos mismos gobernadores se esfuerzan por captar el mayor número posible de colaboradores dentro de las plazas musulmanas, atrayéndoselos "con ofertas y dadivas para conseguir el fin"[18], y prometiéndoles a cambio que cuando "tuvieren necesidad para qualquier negocio que les toque haziendo lo que deven en serviçio de V.M. me hallaran". Los monarcas, por su parte, no se cansan de advertir la necesidad de proseguir con esta labor, felicitando a aquellos gobernadores que actúan más en consecuencia con esta orden. Esta magnífica labor de información que Orán controla y que desde Orán se transmite de forma periódica, directa e inmediata a Madrid, va a permitir su configuración como eje de la red de espionaje que la Monarquía tuvo en el Mediterráneo y norte de África, además de como eficaz parapeto tanto en relación con posibles avances de la armada otomana sobre el Mediterráneo central y occidental con objeto de proceder a alguna conquista terrestre, como con la presencia de naves corsarias musulmanas, berberiscas u otomanas, en estas mismas aguas. La documentación emanada por los gobernadores de esta plaza durante todo el período en el que ésta se mantuvo en manos españolas no cesa de dedicar de manera continuada referencias a este tipo de informaciones. Son los denominados Avisos de Levante, Avisos de Berbería, Avisos de Argel, Avisos de Túnez…, que demuestran hasta qué punto la Monarquía apoyaba su política frente al adversario islámico en las advertencias y delaciones que conseguía a través de su nutrida red de confidentes, al tiempo que indica cómo estas noticias se esperaban en España y cómo el gobierno de la Monarquía exigía que fueran transmitidas con fidelidad y rapidez para actuar de la manera más oportuna. En lo relativo a las “bajadas del Turco”, aproximaciones de las galeras otomanas a las aguas y costas del Mediterráneo central y occidental, las autoridades de Orán mantienen un continuado compromiso de hacer llegar cuanto antes a Madrid las sospechas que se tengan, incluso antes de que se tenga confirmación de las mismas o de que se conozca el destino real de las naves de la Sublime. En lo referente al control del corso musulmán, Orán se forjó un puesto prioritario entre los presidios españoles de Berbería. Esta actividad había alcanzado cotas inigualadas hasta entonces tras la llegada de los hermanos Barbarroja a tierras del Magreb y, sobre todo, desde que en la segunda década del Quinientos se produjera la coalición entre las fuerzas navales de estos corsarios originarios de Mitilene y las de la Sublime. Orán se sirve de su red de espías también para esta lucha frente al corso, pero igualmente se ve beneficiada por su estratégica situación y por sus magníficas defensas. Estar enclavada en el centro de Berbería, tan próxima a Argel y a otros nidos del corso berberisco permitía a los gobernadores de Orán poder contar con informaciones de primera mano que llegaban con gran rapidez desde los enclaves donde se producían. Al mismo tiempo, desde las torres de los castillos de Orán se ejercía una continuada vigilancia sobre las naves que pasaban a una determinada distancia de la costa. Favorecidas por ambas condiciones, las autoridades de Orán daban continua cuenta tanto de la captura en aguas mediterráneas de naves cristianas y del traslado a alguna ciudad berberisca de los cautivos, como de las sospechas que se tenían sobre navíos que se aprestaban con intención de realizar ataques sobre barcos de súbditos de la Monarquía o sobre las propias poblaciones costeras.             La ciudad de Orán y la villa de Mazalquivir ofrecen un panorama de especial relevancia para comprender la presencia española en la frontera de Berbería a lo largo de los siglos modernos. A pesar de las dificultades administrativas, económicas y financieras que experimentó la Monarquía hispánica durante estas centurias, las cuales provocaron la continua precariedad entre las guarniciones que defendían estos dos enclaves, lo cierto es que los intereses para conservarlos fueron más decisivos que los grandes desembolsos a los que había de hacer frente la real hacienda para pagar todos los gastos que conllevaba su mantenimiento. La defensa frente a la amenaza otomana, la vigilancia sobre el pujante corso argelino, la posibilidad de conseguir grano africano a bajo precio con el que abastecer ejércitos y armadas desplazados por otros territorios de la cristiandad, fueron solamente algunas de las razones que convencieron a la Corona de la necesidad de seguir manteniendo estas plazas. Para lograrlo, no dudó en reforzar el número de sus guarniciones, edificar impresionantes castillos, apoyar la colaboración con los musulmanes del entorno o permitir la presencia de una judería dentro de Orán, creando así una peculiar sociedad multirreligiosa y multicultural, única en la España de los Austrias.


[1] Para un estudio sobre las causas de la presencia española en el norte de África, vid. Bunes Ibarra, M. Á. de, “El marco ideológico de la expansión española por el norte de África”, Aldaba, 26, 1995, págs. 113-134, y Alonso Acero, Beatriz, Cisneros y la conquista española del norte de África: cruzada, política y arte de la guerra. Madrid, Ministerio de Defensa, 2005, págs. 47-87.
[2] Sobre el concepto de ocupación restringida y su aplicación a la frontera norteafricana, vid. Ricard, R., “Les établissements européens en Afrique du Nord du XVe au XVIIIe siécle et la politique d’occupation restreinte”, Revue Africaine, vol. 79, 1936, págs. 687-688, e ibidem, “Le probléme de l’occupation restreinte dans l’Afrique du Nord (XV-XVIII siècles), Annales. Economies, Societés, Civilisations, nº 8, 1936, pp. 426-437, así como Braudel, F., “Les Espagnols et l’Afrique du Nord de 1492 à 1577”, Revue Africaine, vol. 69, 1928, págs. 184-233 y 351-410. Traducción española en Braudel, Fernand, En torno al Mediterráneo. Barcelona, 1996, págs. 41-100.
[3] J. L. AFRICANO, Descripción general del África y de las cosas peregrinas que allí hay. Venecia, 1563. Ed. de Serafín Fanjul, Madrid, Lunwerg ed., 1995, p. 217.
[4] Cámara Muñoz, Alicia, Fortificación y ciudad en los reinos de Felipe II. Madrid, Nerea, 1998; ibid.,  "Las fortificaciones y la defensa del Mediterráneo", Actas del Congreso Internacional Felipe II y el Mediterráneo, Madrid, 1999, vol. IV, págs. 355-376.
[5] Epalza, M. de, Vilar, J.B.,  Planos y mapas hispánicos de Argelia (siglos XVI-XVIII). Madrid, Instituto de Cooperación Hispano-Árabe, 1988; Vilar, J. B., Lourido; R., Relaciones entre España y el Magreb, siglos XVII-XVIII. Madrid, Mapfre, 1993, págs. 118-122; Alonso Acero, B., Orán-Mazalquivir, 1589-1639: una sociedad española en la frontera de Berbería. Madrid, CSIC, 2000, págs. 12-34.
[6] Obanos Alcalá del Olmo, F., Orán y Mazalquivir. Cartagena, 1912, pág 45.  El autor da como hecho constatado el envío de estas 600 familias, cuando, en realidad, las investigaciones de R. Gutiérrez Cruz han demostrado que, al menos hasta 1516 -fecha que alcanza su estudio-, no llegaban a más de 248 los vecinos allí asentados. Por otra parte, en su obra, Obanos establece en dos años en vez de en diez el tiempo de residencia obligatorio antes de proceder a la venta o enajenación de los bienes entregados, cifra que consideramos errónea a tenor de lo indicado por Martín Palma, Maria Teresa y Gutiérrez Cruz, Rafael, “Documentos para el estudio de la población de Orán y Mazalquivir tras la conquista”, Actas del II Congreso “El Estrecho de Gibraltar”. Madrid, 1995, t. IV, p. 28, utilizando fuentes archivísticas. Según estos autores indican, a los nuevos vecinos no sólo se les entregaban tierras libres de tributos, sino también un conjunto de "bienes raíces equivalentes a 70.000 ms. para los escuderos y 45.000 ms. para los peones, además de una casa cuya valoración estaba en relación directa a la categoría del nuevo vecino al que se le adjudica".
[7] La transcripción de este asiento, en Gutiérrez Cruz, Rafael, Los presidios españoles del norte de África en tiempos de los Reyes Católicos. Melilla,1997, págs. 333-337.
[8] Coleccion de Documentos Inéditos para la historia de España, vol. 36, págs., 561-565.
[9] Toda la peripecia de la firma de este pacto entre cristianos y moros de paz es descrita con todo lujo de detalles por Diego Suárez Montañés, testigo directo de la vida en la plaza durante los más de treinta años que sirvió en ella como soldado de infantería. Remitimos a su crónica para ampliar la información al respecto de esta cuestión. (Suárez Montañés, Diego, Historia del Maestre último que fue de Montesa y de su hermano don Felipe de Borja, la manera como gobernaron las plazas de Orán y Mazalquivir, reinos de Tremecén y Ténez, siendo allí capitanes generales, uno en pos del otro, como aquí se narra. Edición de B. Alonso Acero y de M. Á. de Bunes Ibarra, Valencia, Alfonso el Magnánimo, 2005, cap. XXIV.
[10] Op. cit.
[11] Maíllo Salgado, F., "Breves notas sobre la historia y el significado de la palabra "almogataz", Studia Zamorensia, nº 5, 1984, pág. 480.
[12] Los mogataces también estuvieron presentes en otros presidios españoles de allende el Estrecho. Es el caso de Melilla, donde en 1606 Amu Amexi, "moro de naçion que sirve a V.M. en la ciudad y fuerça de Melilla de almogataz con sus harmas y cavallo a donde tiene su muger y casa y a echo y haçe cada dia serviçios muy particulares poniendo su persona en mucho peligro". (A(rchivo) G(eneral) de S(imancas). G(uerra) A(ntigua). Leg. 660, s.f. / 8 noviembre 1606). En opinión de M. Ferrer Machuca, los mogataces se encuentran ya en Melilla desde poco después de su conquista en 1497. Según este autor, en este punto "se les denominaba almogataces y moros de alafia (de paz) y es posible que recibieran el mismo nombre los que se pusieron al servicio de las plazas conquistadas por Cisneros, en las que no constituyen un verdadero cuerpo militar hasta su reconquista por el Marqués de Montemar en 1732". (Ferrer Machuca, M., "Los mogataces de Orán. Los tiradores del Rif". Revista de Tropas Coloniales (Ceuta), año 1, nº 5, mayo 1924, sin pág.). Esta primera Compañía de Mogataces de Orán, creada en 1734, unida a la Milicia Voluntaria de Ceuta, sería el origen de las fuerzas regulares indígenas en el norte de África, cuya colaboración con los españoles en el transcurso de los siglos siguientes iba a ser tan fructífera para los intereses hispanos.
[13]A(rchivo) H(istórico) N(acional). Estado. Leg. 1.749, s.f. / 23 septiembre 1668. Carta del marqués de los Vélez, gobernador de Orán y Mazalquivir a la regente Dª Mariana de Austria, cit., por Caro Baroja, Julio, Los judíos en la España Moderna y Contemporánea. Madrid, Istmo, 1978, vol. I, pág. 231. Sobre la presencia judía en Orán, citamos a Israel, J., "The Jews of Spanish Oran and their Expulsion in 1669", Mediterranean Historical Review, Volumen 9, nº 2, Diciembre 1994; ibid., "The Jews of Spanish North Africa, 1600-1669", Transactions of the Jewish Historical Society of England, nº XXVI, 1979, pp. 71-86; Schaub, J. F., Les juifs du roi d'Espagne, 1509-1669. París, 1999, y Alonso Acero, B. Orán-Mazalquivir…, págs. 202-248.  
[14] Sola Castaño, Emilio, Un Mediterráneo de piratas: corsarios, renegados y cautivos. Madrid, 1988, pág. 89.
[15] Es en 1518 cuando Hayreddín Barbarroja, muerto su hermano Orudj en la fallida operación sobre Tremecén en 1517, firma el pacto de vasallaje con la Sublime Puerta por el cual acepta la ayuda y control del Imperio osmanlí a cambio de mantener su trono en Argel, al que había accedido su hermano en 1516. (Murad Çelebi, S., Gazavât-i Hayreddin Barbaros Pasa, ed. de M. Á. de Bunes Ibarra y E. Sola Castaño. Granada, 1997. Como bibliografía básica sobre la historia de los hermanos Barbarroja y su gobierno en Argel, Bunes Ibarra, M. Á. de, Los Barbarroja, corsarios del Mediterráneo. Madrid, 2004; Achard, P., La vie extraordinaire des frères Barberouse, corsaires et rois d’Alger. París, 1938; Belachemi, J., Nous, les frères Barberousse, corsaires et rois d’Alger. París, 1984; Grammont, H.D., Histoire d’Alger sous la domination turque (1515-1830). París, 1887; Graviere, J. de la, Les corsaires barbaresques et la marine de Soliman  le Grand. París, 1887).  
[16] Sobre los intentos de conquista de Mostaganem y la figura del conde de Alcaudete, vid. Ruff, Paul, La domination espagnole à Oran sous le gouvernement du comte d’Alcaudete, 1534-1558. París, 1998 (1ª ed. 1900).
[17] La Corona, sabedora de la importancia fundamental que el mantenimiento de estos contactos tenía para la supervivencia de los presidios y para los avisos que desde ellos se pudieran transmitir a España, favoreció su continuidad, destinando en los comienzos del siglo XVII dos mil ducados anuales en concepto de gastos extraordinarios y espías. (AGS. GA. Leg. 862, s.f. / 13 junio 1620. Carta de D. Jorge de Cárdenas Manrique, gobernador de Orán).
[18] AGS. GA. Leg. 834, s.f. / 30 marzo 1618. Carta de D. Jorge de Cárdenas Manrique.
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el 13 enero, 2012 a las 19:53 Emilio Sola