HISTORIA 15, Feliciano Páez-Camino Arias

HISTORIA 15, Feliciano Páez-Camino Arias

Actualmente está viendo una revisión titulada "HISTORIA 15, Feliciano Páez-Camino Arias", guardada en el 18 enero, 2012 a las 19:38 por Emilio Sola
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HISTORIA 15, Feliciano Páez-Camino Arias
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15 EL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL EN ARGELIA Feliciano Páez-Camino Arias     LA LLEGADA Y EL ESTABLECIMIENTO   En marzo de 1939, purchase un mes después de que casi medio millón de personas cruzara por Cataluña la frontera con Francia, ailment salió de España la última oleada de refugiados directamente vinculada a la guerra civil[1]. Partió de los puertos levantinos con rumbo a la costa norteafricana, viagra sobre todo al puerto de Orán. Esta ciudad, histórica y demográficamente relacionada con España y a la sazón bajo soberanía francesa, era el refugio más accesible para los habitantes del territorio centro-sur-oriental de la Península, último baluarte de la República española. El éxodo pudo haber resultado bastante más cuantioso de lo que fue en realidad, ya que, con el brusco desmoronamiento de los frentes facilitado por el golpe encabezado por el coronel Casado contra el Gobierno que dirigía Juan Negrín, muchos de quienes aspiraban a salir por mar quedaron finalmente atrapados, a merced de los vencedores, incluidos bastantes de quienes habían conseguido llegar al puerto de Alicante.   Hubo, con todo, una evacuación parcial en barcos comerciales. Se inició con el Ronwyn, que partió de Alicante el 13 de marzo, con 634 pasajeros, y alcanzó el litoral argelino en Tenès, entre Orán y Argel. Salieron después otros barcos, entre ellos el African Trader, que lo hizo el 19 de marzo, con 859 viajeros, en dirección a Orán. Y el éxodo concluyó -en cuanto a buques de cierto tamaño y con numerosos viajeros se refiere- con el Stanbrook, barco carbonero que abandonó el ya asediado puerto alicantino en la noche del 28 de marzo, con una sobrecargada lista de embarque de 2.638 personas pero albergando, hacinadas, a varios centenares más. Bajo la resuelta dirección de su capitán, Andrew Dickson, el Stanbrook llegó a Orán el 30, si bien no quedó amarrado en uno de los muelles del puerto hasta el 6 de abril.   Aunque se han dado cifras diversas, las más ponderadas establecen que los españoles que llegaron al norte de África en marzo de 1939 fueron entre 10.000 y 13.000. Este último dato es más verosímil si entran en el cómputo los 4.000 componentes de la flota republicana que, el 7 de marzo, había cruzado de Cartagena a Bizerta (Túnez), más de la mitad de los cuales regresaron prontamente a la España franquista. La mayor receptora de refugiados fue, desde luego, Orán, ciudad a la que debieron de llegar, a lo largo de la segunda mitad de marzo y comienzos de abril de 1939, unas 7.000 personas  procedentes de España.   Aunque entre ellos predominaban los hombres más o menos jóvenes, había también mujeres, niños y ancianos. Las listas del African Trader incluyen a 153 mujeres y 94 niños; y las del Stanbrook, a 398 mujeres y 147 niños, quince de ellos menores de un año. Era una población bastante diversa en cuanto al origen regional, condición social y orientación ideológica, aunque con fuerte presencia de militantes políticos y sindicales y de funcionarios. Así que cabe afirmar que lo que llegaba a Orán y a algunos otros puntos del litoral argelino constituía un microcosmos bastante representativo de las bases sociales y políticas de la España republicana derrotada tras casi tres años de atroz guerra civil.   Muchos de quienes alcanzaron, en barcos atestados, el puerto de Orán no fueron autorizados a desembarcar y quedaron durante largos días confinados en las naves, en muy penosas condiciones sanitarias, higiénicas y alimentarias. Un sector de la población oranesa hizo esfuerzos por aliviar esa situación, en contraste con la actitud de mera curiosidad o de prevención, cuando no de hostilidad, con que otros sectores de la ciudad, incluidas ciertas esferas oficiales, contemplaron a los aspirantes a refugiados. Sobre éstos pesó, además, durante algunos días, la amenaza de ser reenviados mar adentro, donde merodeaban buques franquistas; ese riesgo fue conjurado, en buena medida, gracias a la actitud de miembros de la tripulación, solidarios con la suerte de los pasajeros. La mayoría de los llegados en el Stanbrook tardaron 25 días en poder desembarcar y, cuando lo hicieron, fueron contemplados por una parte de los viajeros del African Trader, que aún permanecían a bordo.   Un vez en tierra, mujeres, niños y hombres que no estuvieran ya (o todavía) en edad militar fueron, en general, concentrados en locales como la prisión civil de Orán, constituida para la ocasión en Centre d´hébergement numéro 1. Ahí permanecieron durante meses, organizando con tenacidad e ingenio su supervivencia; y fueron saliendo poco a poco –muchos ya en 1940- conforme iban encontrando acomodo y ocupación laboral más o menos regular, con frecuencia en actividades de manufactura, realizadas a destajo por todo el grupo familiar. Este inicio de establecimiento en la ciudad se verificó, a menudo, en conexión con españoles establecidos de antiguo en ella, y también, en ciertos casos, gracias a propuestas de trabajo procedentes de judíos, en cuyo barrio oranés se fueron instalando algunos españoles. Aunque Orán siguió siendo la principal ciudad de acogida, en Argel y otros lugares se abrieron varios campos de albergue para mujeres o de reagrupamiento familiar, como los de Carnot, Orléansville, Molière…   En cuanto a los hombres jóvenes, por lo general combatientes en la guerra recién concluida, fueron internados en campos de concentración que, situados a cierta distancia de las dos grandes ciudades argelinas, acogieron al menos a tres millares de personas. El mayor de ellos fue Camp Morand, que, al principio, pudo llegar a albergar a 2.500 hombres. Estaba situado a dos centenares de kilómetros al sur de Argel, junto a la localidad de Boghari, en el inicio de una altiplanicie que se extiende hasta los confines del Sahara. No lejos de allí, en una posición más elevada próxima al pueblecito de Boghar, quedó instalado Camp Suzzoni. También en el interior pero más próximo a Orán que a Argel, se estableció, en julio de 1939, el campo de Relizane, que recogió a un total de mil hombres, muchos de ellos procedentes de los congestionados Morand y Suzzoni. En septiembre se acondicionó un campo más abierto y acogedor en las proximidades de la localidad de Cherchell, fundación fenicio-romana situada en la costa, a un centenar de kilómetros al oeste de Argel.   En general, la organización interna y la gestión cotidiana de estos campos, superpoblados y en parte improvisados, fueron recayendo en  los propios internos, bajo la supervisión de responsables de la administración colonial francesa que  manifestaron, con respecto a los españoles encerrados bajo su custodia, actitudes bastante diversas, expresión de sus convicciones o de su sentido de la humanidad. Las instrucciones oficiales que recibían solían ir en el sentido de acentuar la vigilancia y de imponer tareas físicas para evitar –en palabras del propio gobernador general de Argelia- “la fermentación intelectual y la actividad política (…) de 3.000 hombres vigorosos, algunos de los cuales tienen adquirida una enojosa experiencia en materia de guerra civil y anarquía”[2].   Recluidos o no, la mayoría de los españoles llegados a Argelia en 1939 permanecieron, por lo pronto, en ella. Sólo para unos pocos fue tierra de paso hacia el continente americano (unos dos centenares encontraron la posibilidad de dirigirse a México), o hacia la Unión Soviética, para donde, en mayo de 1939, salió desde Orán un centenar de personas, entre ellos varios dirigentes del PCE. Hubo también algunas salidas hacia la Francia metropolitana, que quedaron prácticamente interrumpidas con el estallido de la segunda guerra mundial, en septiembre.   Es de subrayar que, a diferencia de lo ocurrido con los marineros de la escuadra refugiados en la tunecina Bizerta y con los internados en los campos de la Francia metropolitana -buena parte de los cuales retornaron a España en los meses siguientes a su salida-, las repatriaciones de los refugiados en Argelia fueron muy escasas: se produjeron sobre todo entre mujeres y niños, y afectaron, en total, a menos del cinco por ciento de los llegados. Así lo afirma el historiador Secundino Serrano, aduciendo que “eran exiliados muy politizados y poco dispuestos a convertirse en víctimas de los tribunales franquistas”. Podemos retener también su apreciación de que, al iniciarse la segunda guerra mundial, quedaban en el norte de África más de diez mil republicanos españoles[3].   EL SUSTRATO ESPAÑOL DE ARGELIA: SU DIVERSIDAD   La Argelia a la que llegaron los refugiados republicanos de 1939 había recibido, desde hacía más de un siglo, una notable inmigración española. A poco de iniciarse el establecimiento francés en 1830, tuvo lugar una migración procedente de la isla de Menorca, y en particular de Mahón, que se dirigió al entorno de Argel (Fort de l’Eau, El Biar…). Ya en la segunda mitad del siglo XIX, precediendo a la gran emigración transoceánica iniciada en los años 1880, se activó una intensa corriente migratoria desde las provincias surorientales, Alicante, Murcia y Almería, que, en este caso, se dirigió preferentemente hacia el Oranesado[4].   Como consecuencia de ello, la colonia española en Argelia fue la más numerosa de origen europeo tras la francesa, llegando a superar claramente a ésta en Orán y su región, donde se concentraron dos tercios del conjunto de la población establecida en Argelia procedente de España. Ello, unido al hecho de que la población autóctona –los comúnmente llamados árabes o moros-, si bien siguió siendo mayoritaria en el país, quedó en minoría en sus dos grandes ciudades, hizo que, desde finales del siglo XIX, la impronta española (sobre todo levantina y andaluza) fuera en muchos aspectos –desde el lingüístico al de los hábitos de alimentación- muy visible en la mestiza Orán: una ciudad que, demográfica y culturalmente, era mucho más española un siglo después de haber dejado de serlo oficialmente.   Tal vinculación había alentado incluso una difusa reivindicación española del Oranesado. Durante los años de la Segunda República en paz (1931-1936), ese ambiente  había planeado alguna vez sobre las complejas relaciones hispano-francesas en el conjunto del Magreb[5]. Discretamente, la propia embajada española en París llamaba entonces la atención sobre el hecho de que “la numerosa colonia española residente en Argelia, y especialmente en el Oranesado, hace que todos los problemas que allí se planteen tengan para nuestro país un particular interés”[6]. De hecho, el Gobierno republicano procuró intensificar la presencia oficial y cultural de España en Argelia, y, desde 1932, tomó, en consonancia con su interés general por los temas educativos, algunas medidas para que la enseñanza de la lengua castellana alcanzara a los hijos de los residentes españoles en aquel territorio francés.   Ahora bien, a las alturas de 1939, buena parte de esos colonos de origen español habían nacido ya en Argelia y habían podido adquirir, en virtud del ius soli establecido por la ley de 26 de junio de 1889, la nacionalidad francesa, de modo que el número de españoles se había reducido a unos 100.000 en el conjunto del país. Orán era entonces una ciudad con no pocos españoles; pero, sobre todo, vivían en ella muchas personas de origen español: un origen que alcanzaba probablemente a más de la mitad de sus 200.000 habitantes y que, si era vivido como un rasgo distintivo, no suponía necesariamente una voluntad de reintegración en España, y menos cuando ésta vivía horas muy trágicas.   Tanto entre los que seguían siendo españoles (mantuvieran o no una perspectiva de regreso a España) como entre los franceses de Argelia de origen español, que podían asimilarse a la condición de los colonos conocidos como pieds-noirs, la diversidad social era considerable, aunque con predominio de los estratos más bajos. Abundaban las gentes que vivían en una modestia rayana en la pobreza, de las que puede ser ejemplo la familia materna de Albert Camus (los Sintes, de procedencia menorquina), aunque también hubo sectores bastante acomodados, constituidos por propietarios agrarios y fabricantes que llegaron a formar parte de la plutocracia colonial.   Las diferencias ideológicas eran asimismo apreciables, y la guerra de España fue ocasión para que se manifestaran con fuerza. No faltaron quienes acudieron a luchar a favor de la República (como es el caso de Maurice Laban, de madre española, y que moriría luego combatiendo en las filas del FLN), o quienes movilizaron su capacidad creativa a favor de ella, y luego en solidaridad con los exiliados republicanos, como el propio Camus o Emmanuel Roblès.   En cambio otros se adhirieron a la causa de Franco, que contó además con la simpatía de personajes de la vida política local como Gabriel Lambert (el popular abbé Lambert), alcalde de Orán. De la documentación analizada por Andrée Bachoud se desprende que, el 2 de marzo de 1939, cuando se izó la bandera franquista en el Consulado de Orán, unas 2.500 personas, incluido el alcalde de la ciudad, asistieron a la ceremonia entre vivas a Franco y saludos fascistas[7]. También la prensa era, en su mayoría, hostil a los republicanos españoles, con notables excepciones como Oran Républicain y Alger Républicain, fundados ambos en los años de la guerra civil española.   La actitud política de los refugiados tampoco era, en realidad, homogénea. A las divisiones habituales se sumó –con más intensidad que en los campos franceses, cuyos pobladores no habían vivido personalmente ese choque- la de casadistas y negrinistas, marcada por el caótico final de la resistencia republicana. Luego, a finales de agosto de 1939, se añadiría el desconcierto provocado, incluso entre los propios comunistas, por la noticia del pacto germano-soviético.   La llegada de refugiados políticos a una Argelia nutrida por la inmigración económica tenía un antecedente histórico. En 1874, un amplio grupo de republicanos federalistas y cantonalistas, sobre todo de Cartagena, se refugiaron en Orán, donde, en torno al doctor Ezequiel Sánchez y al periódico La Democracia Española, se creó un foco de republicanismo español que, en la década siguiente, estuvo en contacto con el dirigente republicano exiliado en París Manuel Ruiz Zorrilla[8].   Cabe recordar también que, a raíz de la guerra civil pero antes de 1939, las relaciones familiares o de amistad con quienes vivían en Argelia habían facilitado un refugio, pasajero o estable, en ella a personas que residían en España. Es el caso, por ejemplo, de la esposa de Pedro Salinas, Margarita Bonmatí, cuya familia estaba establecida de antiguo en las proximidades de Argel. En compañía de sus hijos, Solita y Jaime Salinas, Margarita pasó varios meses en la casa familiar de Maison-Carrée hasta que, en octubre de 1937, los tres emprendieron viaje hacia Estados Unidos, donde les aguardaba el poeta y profesor[9].    LA EVOLUCIÓN DURANTE LA GUERRA MUNDIAL   La situación empeoró tras la rendición de Francia, en junio de 1940, y la vinculación de Argelia al Estado francés con capital en Vichy. Los exiliados españoles pasaron entonces de ser unos huéspedes más o menos indeseados a constituir una representación cabal del enemigo. Ello tuvo especial repercusión en los hombres que se encontraban en campos de concentración, buena parte de los cuales –de dos a tres millares- quedaron encuadrados en unos Grupos de Trabajadores Extranjeros, constituidos en noviembre bajo control militar de las autoridades colaboracionistas, y fueron internados en campos de trabajo situados en los confines del desierto sahariano.   Gran parte de ese trabajo forzado gravitó en torno a la construcción del ferrocarril transahariano Mediterráneo-Níger, empresa colonial francesa de supuestos altos vuelos a la que en aquel tiempo se dio bastante relieve propagandístico, y a cuyo servicio se crearon los campos de Bou-Arfa (en territorio marroquí, cerca de la frontera con Argelia) y Colomb-Béchar, en el suroeste argelino. También fueron a parar españoles al campo de Khenchela, para construir carreteras en aquella árida zona situada al sur de Constantina (en el este de Argelia) que en su día había sido bastante intensamente romanizada.   Como quiera que, entre los internos, cundieron los gestos de resistencia y boicot, fueron proliferando campos disciplinarios o de castigo, aún más duros, adonde fueron llevados los más rebeldes o considerados más peligrosos: los campos de Djelfa (trescientos kilómetros al sur de Argel), Hadjérat M’Guil[10] (en la comarca de Aïn-Sefra, al sur del Oranesado), el anejo para extranjeros del campo de Berrouaghia, o la prisión de Caffarelli. Otros terminaron recluidos en cárceles como las de Barberousse y Maison-Carrée en Argel, o la Prisión Civil de Orán. En todos ellos compartieron penalidades con antifascistas de diversos países, entre ellos algunos antiguos combatientes de las Brigadas Internacionales.   A los españoles llegados a Argelia en 1939 e internados ahora en campos y prisiones se sumaron algunos procedentes de la metrópoli, como Max Aub, que fue trasladado del campo de Vernet (en el departamento pirenaico francés de Ariège) al de Djelfa en noviembre de 1940 y que pudo finalmente marchar a México en septiembre de 1942. El paso de los campos metropolitanos a los argelinos supuso, en general, un endurecimiento de las condiciones de vida, hasta el punto de que, al decir de Secundino Serrano, “los internados en el Mediodía francés y desplazados luego al África septentrional evocarán con nostalgia los campos metropolitanos”[11]. En ese sentido apuntan también testimonios como el de Blanca Bravo, que, en septiembre de 1942, embarcó en el tercer viaje del Nyassa para llevar refugiados (judíos y republicanos españoles) de Casablanca a México. Ella había alcanzado primero la costa africana desde Marsella en el buque Maréchal Lyautey, y recuerda lo siguiente: “Hicimos una parada en Orán y otra en Argel para recoger otros refugiados que habían salido de campos de concentración. Aquellos pobres estaban destrozados; el relato de sus aventuras era espeluznante: lo habían pasado mucho peor que nosotros”[12].    En tan duras circunstancias, las divergencias ideológicas mantenidas en el seno del exilio español -y exacerbadas por las condiciones de la derrota- no impidieron la realización de esfuerzos conjuntos para oponer diversas formas de resistencia al común enemigo fascista. También fueron llevadas en común, con no poco empeño, acciones en el terreno de la educación y la cultura, que fueron constante y ubicua seña de identidad de aquella España peregrina. Cabe recordar asimismo –porque así lo subrayan diversos testimonios- que los españoles que se hallaban sometidos a las situaciones más rigurosas encontraron a menudo, allí adonde fueron o por donde transitaron, elementos de ayuda y gestos de solidaridad procedentes de sus conciudadanos desperdigados por el país o de otros de sus habitantes que simpatizaban con su causa.   Algunos de aquellos españoles llevados a los rincones más ásperos y olvidados del exilio no sobrevivieron, y otros lo hicieron a costa de odiseas poco divulgadas. Quienes consiguieron huir de los campos y salir del desierto buscaron sostén en redes de apoyo mutuo, a la vez que procuraban integrarse en las, por entonces no muy nutridas, filas de la Resistencia francesa, a cuyo desarrollo contribuyeron. Fueron, en gran medida, comunistas españoles los que, desde mediados de 1941, revitalizaron el clandestino Partido Comunista Argelino, en el que algunos, como Ramón Vías[13], antiguo pasajero del Stanbrook, figuraron incluso en posiciones de dirección. Tales actividades entrañaban fuertes riesgos ya que, a la hostilidad de los colaboracionistas franceses y sus patronos alemanes, se sumó, sobre todo entre junio de 1940 y noviembre de 1942, la de los agentes franquistas presentes en el territorio argelino.   La situación comenzó a cambiar con el desembarco de tropas aliadas, en su mayoría estadounidenses, en Argel (empezando por la península de Sidi Ferruch, al oeste de la capital) el 8 de noviembre de 1942. Argelia, a la vez que Marruecos, dejaba de estar sometida al dominio nazi y pasaba a albergar las instituciones de la Francia libre al frente de las cuales figuraba el general De Gaulle. La situación material y moral de los republicanos españoles mejoró sustancialmente, aunque la eliminación completa de los Grupos de Trabajadores Extranjeros no se produjo hasta el 27 de abril de 1943 y la puesta en libertad de todos los presos políticos españoles no se consumó hasta julio.   ASENTAMIENTO Y ESPERA   A partir del desembarco aliado de noviembre de 1942 y del giro que la guerra mundial tomó al año siguiente, se abrieron nuevas y diversas perspectivas para los republicanos españoles refugiados en Argelia. Un millar de ellos, incluidos algunos dirigentes políticos significados, marcharon entonces a América, sobre todo a México. Otros se integraron en las filas militares aliadas, iniciando una trayectoria que a algunos los llevaría a participar llamativamente en la liberación de París y en la invasión final de Alemania; es el caso de otros dos antiguos miembros del pasaje del Stanbrook: Amado Granell y Federico Moreno, teniente y sargento respectivamente de la muy española compañía nueve de la División Leclerc. Además, algunos de los que permanecieron en Argelia colaboraron con los servicios secretos estadounidenses en el establecimiento de conexiones con la guerrilla antifranquista que sobrevivía en el sur de España.   La mayoría se dispuso a consolidar su integración en el país, en condiciones laborales y jurídicas menos penosas que las que habían padecido hasta entonces. Entre las mujeres,  el recurso más corriente para salir adelante fue profesionalizar tareas que habitualmente realizaban en casa: costura ante todo, y también cocina, fabricación de jabón o servicio doméstico. Muchos hombres, incluidos algunos vinculados en España a profesiones liberales, se habían avezado en el desarrollo de actividades manuales diversas que iban desde el pequeño taller artesanal (de zapatería, a menudo) hasta la industria metalúrgica o la construcción. Otros habían recalado en servicios como el comercio, la peluquería o la administración de empresas, mientras algunos –como los médicos o enfermeros- iban recuperando el ejercicio de su antigua profesión. Las ocupaciones agrarias, tan corrientes en los primeros tiempos de la colonización, eran ya menos frecuentes.   Antes de que concluyera la segunda guerra mundial, hubo un goteo de exiliados procedentes del Marruecos español, algunos de ellos fugados de los batallones de penados allí establecidos por las autoridades franquistas. Tal fue el caso de Marcelino Camacho, que, habiendo huido, con algunos compañeros, del campamento de Cuesta Colorada, llegó a Orán a finales de 1943. Eran, en todo caso, iniciativas individuales, que no respondían a planes políticos de conjunto. El propio Camacho precisa en sus memorias que en Orán tuvo que aclarar su situación con la organización comunista local: “Entonces el PCE no apoyaba que sus militantes salieran del país y veía con recelo a los que emigraban y más aún a los que se fugaban porque pensaba que la policía podía introducir, por ese medio, algún infiltrado”[14].   En la segunda mitad de los años 40 se reanudó la emigración española impulsada por la dura situación económica y acompañada, en bastantes casos, por un cierto trasfondo político. Familiares y amigos de los exiliados que habían estabilizado su situación en Argelia aprovecharon la apertura de las fronteras españolas para ir a reencontrarse con sus allegados, a la vez que procuraban dejar atrás las miserias de la posguerra que tanto pesaban sobre ellos. Fue una inversión del signo de la acogida de 1939: ahora eran los exiliados quienes recibían, y en su caso ayudaban, a los inmigrantes. Ello dio lugar a reencuentros familiares que habían sido largamente postergados. Luego, ya en los primeros años 50, se produjo una postrera reactivación de la tradicional emigración económica desde el Levante español, que, en consonancia con sus pautas habituales, tuvo un fuerte componente femenino.   Entre los distintos estratos de la inmigración española prosperaron contactos que dieron lugar a agrupamientos en función de afinidades que algo solían tener de ideológicas, pero en las que pesaban también la procedencia regional, a la formación cultural o a la actividad profesional. Y, al igual que en la dura etapa de los campos y prisiones, el mantenimiento de las divergencias partidarias no impedía compartir proyectos de futuro sobre una España más libre y menos pobre, ni desarrollar actividades que suponían la afirmación de valores culturales relacionados con el patrimonio progresista de España; así nació, por ejemplo, el Círculo García Lorca, fundado en Argel en 1944, con cierto patrocinio socialista pero con la presencia de otras corrientes. Por otra parte, en Orán las temporadas teatrales, musicales, y taurinas solían guardar conexiones con las de la España coetánea y allí inmigrantes y refugiados podían ver, por ejemplo, bailar a Carmen Amaya, cantar a Juanito Valderrama, o torear a Luis Miguel Dominguín, así como asistir a proyecciones de películas en español.   Fueron también numerosos los emparejamientos entre gentes de raíz española, siendo corriente el casamiento entre jóvenes refugiados y mujeres establecidas desde niñas en Argelia, que compartían con aquéllos referencias culturales y puntos de vista. Ciertos locales de encuentro, formación y ocio cumplieron, pese a sus carencias materiales, un intenso papel de socialización, sobre todo entre los jóvenes. Entre ellos figuró, en Orán, uno irónicamente conocido como Las Ruinas[15], promovido por las Juventudes Socialistas Unificadas, organización vinculada al PCE, pero que acogió actividades de diversa naturaleza.   En cambio, no fueron muy frecuentes los contactos con una población autóctona, que, por lo demás, estaba experimentando un fuerte crecimiento demográfico y tenía una presencia cada vez más visible en las ciudades, hacia las que emigraban aceleradamente desde las zonas rurales. En Orán, los árabes, que habían representado apenas el 12% de la población en 1921 y habían subido al 23% en 1939, eran ya el 40% en 1954; en la ciudad de Argel, pasaron de significar el 25,7% de la población en 1926 al 45,5% en 1956[16].   El afrancesamiento de la población de origen español prosiguió tras la segunda guerra mundial. Muchas personas de apellido español tenían ya la lengua francesa como única propia y empezaban a desconocer y a no transmitir a sus hijos la lengua castellana (a menudo trufada de valencianismos, galicismos y algún arabismo) de sus mayores. Si esos mayores estaban allí, el idioma español podía sobrevivir, más o menos adulterado, gracias al contacto entre abuelos y nietos.   Muchos de los exiliados de 1939 no siguieron, en cambio, esa tendencia y mantuvieron el español como lengua familiar, insistieron en inscribir a sus hijos como españoles (y con nombres españoles) y renunciaron a cualquier posibilidad de acceder ellos mismos a la nacionalidad francesa. Una actitud reveladora tanto de una lealtad a los orígenes como de una voluntad de regreso a España cuando las circunstancias políticas lo permitieran. Como quiera que no mantenían relaciones con las instancias oficiales españolas, en su documentación personal proporcionada por las autoridades francesas, figuraba, a guisa de nacionalidad, la expresión refugiado español o refugiada española, y los “títulos de viaje” que les servían de pasaporte les habilitaban para visitar todos los países del mundo “excepto España”.   La actividad política más explícita fue disminuyendo, bastante en sintonía con la del interior de España: el anarquismo pasó a ser meramente testimonial; el socialismo mantuvo su organización –en parte bajo la protección del socialismo francés- pero su actividad languideció; el republicanismo de izquierdas seguía siendo un sentimiento amplio pero prácticamente sin estructura organizativa. Los comunistas, seguramente los más activos a la par que homogéneos, sufrieron desde 1947 las consecuencias de la guerra fría en términos de aislamiento y mayor persecución. Ésta se acentuó a mediados de los años 50, y cabe pensar que fue debido a la coincidencia de dos factores: el mayor respaldo exterior al régimen franquista desde los acuerdos de 1953; y el temor de las autoridades francesas a la connivencia entre comunistas e insurrectos argelinos desde 1954.   NUEVA GUERRA Y NUEVO ÉXODO   A finales de 1954 se inició, en efecto, la cruenta guerra que condujo, casi ocho años después, a la independencia de Argelia y a la salida del país de la mayor parte de sus habitantes de origen europeo, incluidos muchos exiliados españoles. Al inicio de ese proceso había en Argelia, según informes policiales[17], 41.300 españoles, de los que unos 10.000 mantenían la condición de refugiados políticos. Algo menos de la mitad vivían en Orán, que acogía a 18.000 españoles (y, por supuesto, a muchos más franceses de origen español), de los que entre 4.000 y 5.000 eran exiliados. En la región oranesa, la presencia española era importante en la localidad sureña de Sidi Bel Abbès, sede de un importante acuartelamiento de la Legión Extranjera.   A pesar de que el Oranesado conservaba su primacía en cuanto a la presencia española, los datos indican cierta tendencia a la dispersión geográfica, en dirección sobre todo a Argel y su entorno. Significan también que, entre 1939 y 1954, la población que conservaba la nacionalidad española se había reducido a menos de la mitad: un proceso de afrancesamiento relacionado con el hecho de que las fuertes migraciones desde España iban quedando atrás en el tiempo. Pero revelan asimismo que el número de refugiados políticos había permanecido estable, en torno a los 10.000, lo que implica que las muertes y las salidas habían sido demográficamente compensadas por los nacimientos de hijos de exiliados españoles, sobre todo de aquellos, bastante numerosos, que habían llegado a Argelia siendo jóvenes o niños.   Aunque extendida por el conjunto del país, la presencia española seguía sin estar repartida homogéneamente. Era más intensa en el litoral que en el interior, y tendía a decrecer conforme se avanzaba del oeste (Oranesado) hacia el este, siendo escasa en la región oriental de Constantina, donde predominaba la influencia italiana. El poblamiento español era ya más urbano que rural, y, aunque ni en Orán ni en Argel, cabe hablar propiamente de barrios españoles, la concentración hispana era muy relevante en zonas como La Marina en Orán o Bab el Oued o Belcour en la capital argelina. En cuanto a la región de origen, el exilio de 1939 había diversificado un tanto los puntos de procedencia y, pese a que andaluces y levantinos (murcianos, valencianos, baleares) seguían siendo los más numerosos, no era difícil encontrar a aragoneses, asturianos, extremeños, madrileños o manchegos.   La guerra iniciada en 1954 tuvo un impacto traumático no sólo en la compleja sociedad argelina sino en la propia evolución de Francia, donde propició un cambio institucional que llega hasta nuestros días: el paso de la IVª a la Vª República, régimen presidencialista inicialmente constituido en torno a la personalidad de Charles de Gaulle, cuyo retorno al poder que había abandonado en la posguerra se produjo al calor de las manifestaciones argelinas iniciadas el 13 de mayo de 1958 en defensa de la “Argelia francesa”. Sin embargo, la política gaullista se orientó, cada vez más visiblemente, hacia una negociación con el Frente de Liberación Nacional (FLN) que articulaba, con no poca mano dura, la reivindicación independentista de la población autóctona.   Entonces, una parte considerable de los colonos de origen europeo, los pieds-noirs, se entregó, con creciente violencia, a una irreductible hostilidad a la disposición negociadora de las autoridades francesas. Tal actitud se plasmó en grandes agitaciones callejeras (semana de las barricadas en Argel, a finales de enero de  1960), en el apoyo a intentonas golpistas (putsch de los cuatro generales el 21 de abril de 1961) y, finalmente, en la puesta en pie de una Organisation Armée Secrète (OAS) de actividad terrorista y discurso ultraderechista. En todo caso, la población de origen europeo constituía un millón de los aproximadamente diez millones de habitantes que entonces tenía Argelia, y su tradicional preponderancia numérica en Argel y Orán iba diluyéndose: una situación que los facultaba para condicionar el proceso de descolonización, pero que difícilmente les permitiría ganar la partida en un choque abierto y sostenido entre comunidades.   Durante este proceso hubo gentes de origen español entre los pieds-noirs más aguerridos e intransigentes. Figuras descollantes de la lucha por la Argelia francesa, como Joseph Ortiz, Marcel Ronda o Jean Claude Perez, tenían –aunque ya no llevaran tilde- apellidos reveladores al respecto. Otros muchos se vieron tomados entre dos fuegos, y sin margen de maniobra para realizar ese papel de enlace entre comunidades que el geógrafo francés, republicano y algo libertario, Elisée Reclus (1830-1905) había previsto que algún día podrían hacer los españoles, a fuer de europeos pero más próximos, social y culturalmente, a los autóctonos que la mayor parte de los colonizadores franceses. Verdad es que el tópico de la proximidad, kif-kif, entre españoles y árabes mantuvo siempre cierta vitalidad entre éstos.   Para los refugiados republicanos y para los españoles más relacionados con ellos o más politizados a la izquierda, el conflicto argelino se planteaba en unos términos particularmente incómodos. Por un lado, tenían claro su rechazo ideológico a la deriva racista y fascistizante de muchos colonos, encarnada finalmente por una OAS que, para colmo, había tejido una de sus tramas originarias, a comienzos de 1961, en la España de Franco. Por otro lado, eran obvias las dificultades de entendimiento cultural y político con una masa autóctona cada vez más encuadrada por un FLN, en el que, al calor de la lucha, iban prevaleciendo el tono militarista y las posiciones excluyentes. A pesar de ello, hubo casos de colaboración activa de republicanos españoles con los insurrectos argelinos, algunos de ellos siguiendo la estela del Partido Comunista Argelino que, ilegalizado por las autoridades francesas en septiembre de 1955, terminó integrándose, no sin dificultades, en el FLN en julio del 1956. También se dieron casos, aunque excepcionales, de acercamiento a las posiciones de los ultras de la Argelia francesa.   La Argelia socialmente desequilibrada y jurídicamente discriminatoria -pero también dinámica y acogedora- que había construido el colonialismo francés podría haber dado paso a una Argelia argelina interétnica, laica y progresivamente democrática, que afirmara la dignidad y los derechos a la población autóctona (árabe y bereber), sin dejar por ello de integrar, en un ámbito de mediterraneidad, la aportación humana y cultural de los colonizadores de procedencia europea. Ese proyecto estuvo en la mente de algunos pobladores de raíz española en aquella tierra -Camus, entre ellos- aunque distara mucho de hacerse realidad por un cúmulo de razones, de las que no fueron las menores la inflexibilidad y dureza con que Francia respondió a las iniciales reivindicaciones argelinas y el empecinamiento de muchos pieds-noirs en la defensa extemporánea de sus privilegios y en el sueño postrero de un Estado argelino controlado sólo por ellos.    En la primavera y el verano de 1962, a la vez que se producía el acceso de Argelia a su independencia (que fue oficialmente proclamada el 3 de julio de ese año), varios cientos de miles de pieds-noirs abandonaron precipitadamente la tierra que también consideraban suya para establecerse, en su mayoría, en el sur de Francia, país cuya ciudadanía ostentaban y cuyas autoridades procuraron acoger la que resultó ser, probablemente, la mayor repatriación provocada hasta entonces por la descolonización, descontados los trasiegos del subcontinente indio. Aproximadamente 60.000 pieds-noirs optaron por establecerse, no en Francia, sino en España, la mitad en la provincia de Alicante. Muchos de ellos habían conservado contactos en la que era, más o menos lejana, su tierra de origen; y, en ciertos casos, la vinculación con la OAS aconsejaba mantenerse a prudente distancia del territorio francés.   De forma aparentemente paradójica, mientras algunos refugiados de Argelia con nacionalidad francesa se establecían en España, muchos de los republicanos españoles forzados también a salir de Argelia se dirigían a Francia, donde seguían siendo extranjeros. Algunos de ellos habían abandonado Argelia, a comienzos de 1962, no por temor al horizonte de independencia para el país sino ante la amenaza que la OAS hacía pesar sobre ellos porque los consideraba traidores a la causa de la Argelia francesa: una traición que se solía pagar con la vida. Así, en parte confundidos con los pieds-noirs fugitivos, los españoles refugiados en Argelia emprendieron, muchos de ellos con sus nuevas familias, el segundo exilio de sus vidas. Casi cegado, por la coyuntura económica y política, el tradicional camino hacia el mundo iberoamericano, tuvieron que escoger entre dirigirse al sur de Francia, atestado de refugiados con más derechos que ellos, o intentar la aventura del regreso al “exilio interior” en España.   En todo caso, los republicanos españoles que en 1939 habían ido a parar a Argelia, y muchos de los cuales no habían cumplido aún el medio siglo a las alturas de 1962, ya habían vivido tres guerras y dos exilios. A cambio de tanta peripecia, y siempre y cuando hubieran conservado la vida y el ánimo, podían exhibir una trayectoria llena de experiencias y seguir concibiendo un horizonte de libertad para esa España que nunca había dejado de ser su país.   Tras la independencia, unos centenares de españoles figuraron entre los apenas 50.000 europeos que permanecieron, en general no por muchos años, en el país. Se localizaron sobre todo en Orán, donde subsistieron centros de socialización vinculados a los partidos de izquierda, especialmente al PCE, como el Centro Cultural Miguel Hernández, conocido por los jóvenes que lo frecuentaban simplemente como “el local”. Algunos refugiados de 1939 que seguían viviendo en Argelia mantuvieron el rescoldo de las antiguas formaciones políticas. Es el caso del sector llamado histórico del PSOE, cuya organización argelina subsistió hasta comienzos de 1974, cuando los tres militantes que quedaban en ella abandonaron el país para irse a Francia[18]. En su última correspondencia desde la capital argelina con la dirección del partido en Toulouse, hacían ásperas alusiones a un grupo escisionista actuante en Argel: seguramente aquellos que habían optado por el PSOE renovado.   Esa presencia epilogal de españoles en la Argelia independiente se fue diluyendo. A ello contribuyeron las dificultades de la vida corriente, derivadas en buena parte de la destructiva guerra y la brusca salida del país de muchos de los elementos sociales con más formación. Pero seguramente también influyó bastante la arabización del sistema educativo y la islamización creciente de la vida social, que fueron ensombreciendo las perspectivas de futuro de los -y, sobre todo, las- jóvenes de cultura europea. A eso se fue añadiendo, como factor de atracción externa, el horizonte de cambio político, y luego de dinamización socioeconómica, que empezaba a vislumbrarse en España.   El hecho es que, desde finales de los años 60 y a lo largo de los 70, casi todos los españoles que quedaban en Argelia como consecuencia de las migraciones y el exilio salieron rumbo a Francia y, sobre todo -ahora sí-, a España. Concluía de ese modo un siglo largo de presencia efectiva de españoles en Argelia: un pasado compartido cuyo conocimiento bien puede contribuir a cimentar un futuro de intercambios creativos y solidarios.   BIBLIOGRAFÍA   Alted, A. (2005), La voz de los vencidos. El exilio republicano de 1939. Madrid, Aguilar. Bachoud, A. (2002), “Exilios y migraciones en Argelia. Las difíciles relaciones entre Francia y España”, en Lemus, E. (ed.), Los exilios en la España contemporánea. Madrid, Marcial Pons (Ayer, nº 47), 81-101. Calle, E.; Simón, A. (2005), Los barcos del exilio. Madrid, Oberon. 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Testimonios de mujeres españolas en el exilio. México, Joaquín Mortiz. Vilar, J.; Vilar, M. J. (1999), La emigración española al Norte de África (1830-1999), Madrid, Arco.     El autor agradece vivamente los testimonios que, sobre su vida como niñas y mujeres en Argelia y sobre las circunstancias de su ida y su retorno, le han brindado Ana Arias, Antonia Martín, Carmen Compañ, Amparo Fuentes, Uca Egea, Yénia Camacho y Paquita González.      


[1] Las cuatro grandes oleadas anteriores habían sido (de acuerdo con los datos establecidos por Javier Rubio en 1977, en general refrendados por investigaciones posteriores): la producida por la caída de Guipúzcoa en agosto y septiembre de 1936, que afectó a unas 15.000 personas; la evacuación de la zona Norte, que, entre junio y octubre de 1937, provocó la salida de 160.000; la evacuación del Alto Aragón, entre abril y junio de 1938, con 24.000 refugiados; y la salida de Cataluña, en enero y febrero de 1939, que llegó a implicar a unas 470.000 personas. 
[2] Citado en Charaudeau, págs. 25-26.
[3] Serrano, pág. 170.
[4] En España, esta emigración al norte de África, en general no muy conocida, ha sido objeto de reiterados estudios por parte del profesor Juan B. Vilar y su entorno en la Universidad de Murcia. Desde el ámbito argelino y francés la aborda, también con insistencia, Jean-Jacques Jordi.  
[5] Páez-Camino, págs. 210-212.
[6] Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (Madrid), R-5499/16. La cita corresponde al informe de José María de Aguinaga titulado Cuadernos de política internacional española, periodo 1934-36.
[7] Bachou, pág. 93.
[8] González Calleja, E., “Republicanos”, en Canal, págs. 198-199.
[9] En las jugosas memorias de Jaime Salinas se encuentran varias referencias a su vinculación familiar con Argelia y a su estancia en ella. Salinas, págs. 39-55 y 97-109.
[10] Descripción, en primera persona, del trato cruel a los allí recluidos, en Muñoz Congost, págs. 89-111. Las tumbas de cinco españoles y un judío sepultados en Hadjérat M´Guil sirve de motivo de arranque del documental de TVE Cautivos en la Arena, 2006, con guión de Joan Sella y Miguel Mellado.
[11] Serrano, pág, 168.
[12] VV.AA. (1993), págs. 54-55.
[13] Luego miembro activo del maquis en las sierras de Málaga y Granada, el madrileño Ramón Vías sería abatido en 1946 por la policía franquista en la capital malagueña.
[14] Camacho, pág. 116.
[15] Allí se conocieron, por ejemplo, Marcelino Camacho y Josefina Samper, que formaba parte de una familia que había emigrado a Orán, desde la Baja Alpujarra almeriense, a comienzos de los años treinta. En Orán nacerían su hija Yénia y su hijo Marcel. A partir de 1954, el futuro dirigente de Comisiones Obreras sufrió detenciones y una estancia en la cárcel argelina de Barberousse. El regreso a España, con Josefina y los niños, se produjo, por el puerto de Alicante, el 18 de julio de 1957.
[16] Liauzu, pág. 110.
[17] Citados en Bachou, pág. 98.
[18] Dos de ellos, una mujer y un hombre, se dieron entonces de alta en la agrupación de Toulouse. El otro, Mateo Egea, ferroviario socialista llegado, con su familia, en el Stanbrook, y que había sido el último secretario-tesorero de la agrupación de Argel, se incorporó a la de París.
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el 18 enero, 2012 a las 17:38 Emilio Sola