INTRODUCCIÓN 1 Antonio Lizcano

INTRODUCCIÓN 1 Antonio Lizcano

INTRODUCCIÓN

 

 

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LAS CAMPANAS DE SAN ILDEFONSO, pharmacy PERIPLO Y PARADIGMA DE UN ICONO CULTURAL

Antonio Lizcano del Burgo

 

 

Me corresponde abrir este encuentro internacional de investigadores en torno a la conmemoración de un hecho histórico concreto como fue la toma de Orán en mayo de 1509 por el Cardenal Cisneros, hace hoy prácticamente cinco siglos. Una reunión convocada además bajo el tañido metafórico de las “campanas de Orán”, y yo, acaso impulsado por mi formación de geógrafo mas que de historiador, y aún más, como geógrafo formado en esta institución universitaria de Alcalá que hoy nos acoge, tiendo a variar la toponimia y titulo esta participación con la denominación de las “campanas de San Ildefonso”.

 

Cabe pensar en una intención provocadora o que equivoqué lugar y tema, pero precisamente mi cometido es establecer algunas líneas argumentales según las cuales, en realidad, estamos hablando no ya de uno mismo objeto, sino de un mismo argumento en el devenir histórico y en las relaciones entre sociedades, en principio tan dispares y enfrentadas en las que se enmarca.

 

Por otra parte, la ciudad de Alcalá de Henares ha sido en distintos periodos históricos paradigma en la evolución, contenido y gestión de la recuperación del patrimonio histórico artístico y cultural (1). Desde el modelo de fundación académica instaurada por Cisneros y su correlato urbanístico, imitado luego en los territorios novohispanos, a la particular gestión y salvaguarda que hizo tras la consumación del proceso desamortizador del siglo XIX, pasando por la reciente instauración y rehabilitación de la antigua institución y patrimonio universitario en los años ochenta del siglo pasado, sobre el magnífico y admirable legado de la Sociedad de Condueños, hasta la reciente inclusión por la UNESCO en la lista de ciudades Patrimonio de la Humanidad el 2 de diciembre de 1998.

 

Poner el foco sobre un elemento tan singular y concreto como las campanas de la iglesia de San Ildefonso, que servía de capilla al Colegio Mayor de la institución cisneriana, puede parecer anecdótico, pero el asunto queda lejos de esa caracterización a poco que le prestemos la debida atención.

 

Intentaré desvelar cuanto antes la duda más evidente e inmediata: ¿existen todavía esas campanas?, y si existen ¿dónde están las campanas que fueran de San Ildefonso, forjadas con los numerosos objetos bélicos y ornamentales, procedentes de las mezquitas y la ciudad de Orán?

 

No es de extrañar que sea una modalidad actualizada de la literatura de avisos, materia prima documental sobre la que se fue construyendo la imagen que del otro, extraño o enemigo, se tenía durante  buena parte de los siglos XV al XVII en la cuenca mediterránea, la que nos sirva para ponernos sobre la pista y nos permita reconstruir el periplo seguido por  las campanas de San Ildefonso. Me estoy refiriendo a la excursión geográfica, entonces una novedosa metodología de trabajo de campo que la escuela de la geografía regional francesa había difundido mayoritariamente en la incipiente geografía española finisecular. Así, la fuente más precisa de la que partimos para nuestra búsqueda aparece recogida en la Revista de Aragón, nº 12, de diciembre de 1901, redactada por Juan Moneva y Puyol, profesor de la Universidad de Zaragoza, bajo el título “Excursiones por Aragón”, que nos da cuenta de la expedición geográfica organizada por el Ateneo de Zaragoza a la localidad de Caspe. Si atendemos a la organización del viaje y su posterior difusión, también podemos considerarla como una modalidad precursora del reportaje periodístico contemporáneo, más allá de la crónica de viajes al uso frecuentes a lo largo del s. XVIII y XIX.

 

Cabe mencionar algunos de los elementos más interesantes que rodean este recorrido. Por una parte, surge al calor de los “Juegos florales”, elementos de dinamización sociocultural y de marketing territorial al igual que las ferias internacionales del momento, pero de un alcance por lo general de ámbito provincial o regional; se realiza además utilizando el ferrocarril, sin duda el transporte más representativo del desarrollismo y de la ocupación del territorio decimonónicos(2); y por último, los componentes del viaje, que además de los cargos institucionales, incluye fotógrafos, periodistas y científicos de distintas especialidades, encargados de  elaborar y diseñar la difusión de la visita.

 

Transcribo el párrafo más clarificador a nuestro propósito de esa crónica viajera de principios del siglo XX:

“En la sacristía (de la Iglesia de Santa María) baja hay una escultura de San Sebastián -patrono de Caspe- de gran mérito artístico. La trajo de Madrid el Conde de Quinto, valido, en algún tiempo, de Fernando VII; pero quedó peor que arrinconada, como trasto viejo, en un corral de la casa del señorón. Enfermó éste y lo visitó el mejor médico que había en Caspe, llamado D. Sebastián.

Curó su enfermedad el prócer y, empeñadamente, reclamó al buen físico la nota de sus honorarios, negóse el otro con insistencia y, por último, pidió al de Quinto aquella escultura de su santo patrono que él veía todos los días tirada en el corral, donde dejaba el caballo. El de Quinto accedió gustoso, D. Sebastián se llevó la escultura, curóla los vejámenes del abandono con mayor facilidad que había sanado las dolencias del Conde, al morir la dejó á la iglesia, y ahí está.

Fue gran patricio el conde de Quinto para su ciudad de Caspe: por él tiene esta en el Colegio de Franciscanos parte de la verja que circundaba á la Universidad de Alcalá, y por campanas aquellas mismas que Cisneros hizo para la Complutense con bronce de cañones famosos.”

Es preciso reseñar algunos breves apuntes biográficos del personaje clave en este periplo tras las campanas alcalaínas. Francisco Javier de Quinto y Cortés nace el 2 de mayo de 1810 en Caspe (Zaragoza) y fallece en mayo de 1860 en París. Elegido senador entre 1843 y 1844 por la circunscripción de Zaragoza, siendo Director General de Correos, será nombrado senador vitalicio entre 1845 y 1846, alcalde de Madrid entre 1852 y 1854, y gobernador civil de Madrid ese mismo año; el 24 de enero de 1859 se le concedió el título de conde de Quinto. Estos son algunos de los cargos que ejerció el autor de tan despiadado reciclaje al que sometió la institución universitaria cisneriana y su legado artístico y cultural. Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, concretamente en el capítulo XI de Revolución de Julio, da cuenta de la difusión de panfletos políticos como El Murciélago donde el personaje queda retratado de la siguiente manera: “Entre los sueltos cortos, leo: «Dícese que el conde de Quinto ha sido nombrado Gentilhombre. De seguro hace de la llave una ganzúa».

 

Hago un inciso anecdótico para que vean ustedes hasta qué punto confluyen personajes en un mismo relato histórico. Como ya conocen, estas jornadas tienen complemento con una serie de conferencias en el Ateneo de Madrid. Pues bien, sería precisamente el conde de Quinto quien procediera a cerrar por primera vez en su historia tan ilustre recinto, siendo Gobernador Civil de Madrid:

 

“El 22 de Febrero de 1854 el presidente de este círculo recibió un oficio del gobernador civil de la provincia, conde de Quinto, que a la letra decía así: -Excmo. Sr.: Dispondrá V.E. desde luego que el Ateneo suspenda toda nueva reunión y sea cerrado hoy mismo hasta nueva orden de este gobierno civil. Sírvase V.E. poner en mi conocimiento el recibo de esta disposición y su cumplimiento-. Esta era la vez primera que disposición tan grave se tomaba con el Ateneo… Duró poco la clausura, que procedía del Consejo de Ministros, el cual (según declaración del gobernador civil) veía en el Ateneo «una sociedad política hostil en su mayoría al Gobierno.» El 20 de Abril, el conde de Quinto autorizaba la apertura de las salas de periódicos, manteniendo, empero, su primera orden en lo relativo a las cátedras. A los tres meses había triunfado la revolución de Julio”, según relata Rafael María de Labra (3).

 

Confiemos en que no nos suceda a nosotros nada parecido, pues solo nos mueve el afán investigador en estos días de mayo.

Si bien la referencia recogida en la crónica del viaje del Ateneo de Zaragoza a Caspe es precisa a la hora de fijar el nuevo lugar donde fueron a parar las campanas, tras el expolio al que sometió el conde de Quinto el patrimonio universitario complutense, Cayetano Enrique de Salamanca en su obra de divulgación sobre la historia de Alcalá apunta, sin mencionar fuente alguna, lo siguiente: “Estas campanas se las llevó, en el siglo pasado, el conde de Quinto –dueño de todos los edificios a raíz de la Desamortización- y están hoy, una en el colegio de los Escolapios de Caspe (Zaragoza), y otras tres andan repartidas por sendos pueblecitos aragoneses.” (4)

Con semejantes referencias iniciamos en 2008 nuestra particular búsqueda y trabajo de campo en Caspe y pueblos de los alrededores. Hasta la fecha, la hipótesis más sólida es la que apunta a que las campanas de San Ildefonso trasladadas a esta localidad aragonesa fueron requisadas, desmontadas y finalmente fundidas para fabricar material bélico durante la Guerra Civil Española, toda vez que la localidad zaragozana sufrió sobremanera las distintas vicisitudes bélicas del frente del Ebro durante el conflicto, además de albergar durante algún tiempo el gobierno regional republicano. Resulta curioso, pero lo que se fundió a partir del botín de guerra de la toma de la ciudad de Orán, acabó también, probablemente, fundido para fabricar munición. Pero pruebas documentales o de otro tipo todavía no hemos podido aportar para confirmar la hipótesis ni establecer otras nuevas. Las investigaciones siguen pendientes de más trabajo de campo por distintos pueblos de la comarca del bajo Ebro aragonés, de búsqueda de más fuentes orales y documentales de la contienda civil española en un frente tan conflictivo como en el que estuvo Caspe, así como de contactos con investigadores que puedan aportar datos directos o indirectos de la génesis, descripción y avatares de las campanas que erigiera Cisneros para San Ildefonso. En este sentido cabe destacar la labor desarrollada por el investigador Francesc Llop y Bayo y su inventario de las campanas de las catedrales españolas, para quien “las campanas son la única voz viva que queda del pasado” (5).

 

En el antiguo colegio franciscano de Caspe (6) hoy solo restan dos pequeñas campanas, una fechada en 1938 y otra, muy deteriorada de 1767, sin ninguna relación ni con San Ildefonso ni con el propio edifico, pues se colocaron en los años sesenta del siglo pasado procedentes de otros conventos e iglesias, sin rastro documental alguno, y después de una reconstrucción tras la guerra que en nada recuerdan el edificio original, prácticamente destruido.

Atendida la primera cuestión, otra pregunta inmediata que nos asalta es saber algo sobre la construcción y forjadores de las campanas, forma, medidas, inscripciones, epigrafía, relieves (figuras, escudos, marcas de fábrica) y grabados que nos permitiera reconstruir con afán sistemático y arqueológico lo que en su día fueron y el significado directo que el cardenal Cisneros quiso otorgarles.

Conocemos distintas fuentes y crónicas que describen el contexto en el que se realizaron y colocaron en la capilla del Colegio Mayor universitario alcalaíno.

Sin duda, la fuente recogida de la Sociedad de Condueños es la que nos sitúa con precisión en el momento crítico en el que desaparecen de su ubicación en la espadaña de la capilla de San Ildefonso.

“Como en el expresado año de 1847 viesen los vecinos de Alcalá que lejos de repararse el edificio de Cisneros iba de día en día perdiendo, y corriesen al mismo tiempo rumores de que su inmenso material se iba a emplear en la construcción de otro a mayor inmediación de Madrid, se suscitaron rumores por la ruina de aquel; y o sea que nunca los dueños pensaron en semejante cosa, o que llegase a sus oídos el general disgusto de la población y le respetasen, lo cierto fue que desde entonces hasta dicho año de 1850, si bien no se hicieron obras de reparación, tampoco se observó una marcada resolución de destruirlo. Pero ya por éste y después que se consiguió del Gobierno de Su Majestad real permiso para trasladar el magnífico sepulcro del Cardenal, que aun se hallaba en la Capilla del  Colegio Universidad, a la Santa Iglesia Magistral de San Justo y Pastor, vio el vecindario desaparecer las campanas del expresado colegio, campanas que a la circunstancia de haber servido donde sirvieron y sin más que por ella ser un objeto de aprecio particular, reunían la de estar compuestas de escogidos metales, y sobre todo haber una entre las tres que por tradición constante más o menos fundada, creía la gente, en especial la vulgar, haber sido traída de Orán por el venerable fundador al regresar de la conquista de esta plaza. Vio también quitarse la verja que dividía la iglesia del colegio, de su capilla mayor, vio otros derribos en los patios, señales todas de destrucción más o menos próxima y cuando todo esto veía y todo aumentaba su dolor y escitaba su celo para procurar la conservación de tan respetables monumentos vino a enardecer este mismo celo un suceso grandes que formará época en los anales de Alcalá” (7).

El relator, es Gregorio Azaña, escribano público e impulsor de la Sociedad de Condueños, y el suceso al que se refiere es la aparición y recuperación in extremis de los restos del Cardenal Cisneros, tal y como se refería en el informe redactado sobre “los motivos que han tenido los vecinos de Alcalá para la compra de los edificios que fueron la Universidad literaria”.

Años después, Esteban Azaña Catarineu, notario también y alcalde de Alcalá, hijo de Gregorio y padre de Manuel Azaña, en su Historia de la ciudad de Alcalá de Henares, hace la siguiente descripción al respecto:

“La villa complutense había preparado a su protector un entusiasta recibimiento, y pareciendo a nuestros antepasados demasiado estrechas las puertas de los baluartes para dar paso a tan gran patricio, a tan venerable principe de la iglesia, demolió un lienzo entero de muralla; que no necesitaba de tales parapetos los pueblos que obedecen tan insignes capitanes. El Cardenal no obstante separóse de la comitiva y entrose en la villa por la puerta de Burgos, hay incluida en el monasterio de San Bernardo, reusando el honor de la entrada triunfal y ofreciendo las alabanzas que le tributaban a la mayor gloria de Dios. La comitiva recorrió las principales calles de la villa en la siguiente forma: iban delante los gremios con sus atributos, siendo seguidos de los moros esclavos, conductores de los camellos cargados de piezas de oro y plata reservadas para el rey y otros con los libros arábigos de astrología y medicina destinados a la biblioteca, los cañones cogidos a los árabes que más tarde habían de ser convertidos en las sonoras campanas de su colegio de San Ildefonso (I). Llevaban otros las llaves de la ciudad y ciudadela de Orán, los candeleros y vasos de que los moros se sirven en sus mezquitas, las banderas arrancadas en el ardor de la pelea, que después fueron colocadas en la iglesia del Colegio mayor, viniendo por último las milicias de Talavera con el gran estandarte rojo en medio del que se veía una luna creciente, ganado por el Capitan de los soldados de aquella villa D. Bernardino de Meneses a quien le fue regalado, colocándose en aquella población en una capilla de la virgen. Los vítores y aclamaciones de el entusiasmado pueblo alcalaíno resonaban por todos los ámbitos de la villa, y la compacta muchedumbre llevó al Cardenal poco menos que en andas hasta el pórtico de su palacio, cuyo ámbito veíase constantemente rodeado de entusiastas y agradecidos hijos de nueva Compluto (8).

(1) Adquirida la universidad por el Conde de Quinto las celebres campanas del Colegio de San Ildefonso fueron llevadas a una quinta de su propiedad en el reino de Aragon.”

 

En los Annales Complutenses, obra redactada entre finales del XVII y principios del XVIII, se recoge el momento de la entrada del Cardenal a la ciudad tras la toma de Orán, donde se describe con cierto detalle el ajuar traído de aquella ciudad y que servirían para la forja de las campanas:

 

“Ya que se acercaba a esta villa salió a recibirle el rector con toda la Universidad. Y la juventud de ella en vítores aclamaba tan felix victoria. Salió la villa con toda su nobleza y lo restante de el pueblo, nobles y plebeyos, eclesiásticos y seculares, y entró como solían los césares romanos, triunfando en su ciudad. Precedían al acompañamiento los cautivos africanos y los camellos con la parte de presa que le abía cabido, en que traía muchas perlas, oro y plata, y otras preseas curiosas que abía feriado a los soldados, y muchos libros arábicos de las facultades de medicina y astrología en que tan doctos son los moros, los anafiles (añafiles) y trompetas de los moros con las llaves de el alcázar de Orán, el estandarte y pendones traían tres ilustres caballeros, y el de los moros, que  era amarillo, con lunas de alfanje de plata, arrastrando por el suelo. Entró por la Puerta de Guadalajara, que oy se llama de los Mártires. Y por la calle Mayor, que estaba adornada de ricas colgaduras y ocupadas las ventanas de ermosas damas, llegó asta la iglesia mayor, donde se apeó, esperándole en procesión los prebendados entonando su música el “te Deum laudamus” repicando las campanas. Y al son de chirimías, llegó a hacer oración al santísimo sacramento. Y después de haber dado gracias de tan felix victoria, tornó a ponerse a caballo. Y por la calle Escritorios, que estaba con el mismo adorno, fue hasta el colegio mayor. Y en su iglesia de San Ildefonso colgó las banderas, estandartes, trompetas, llaves de Orán, y una lámpara que servía en la mezquita mayor de aquella ciudad, despojos que hoy se miran con la veneración que les añade la antigüedad. Esta victoria, la entrada del santo cardenal, celebraron lindos ingenios de la Universidad y villa que vivieron en la memoria de nuestros mayores.

Celebra esta Universidad esta gran victoria viniendo en procesión a esta santa iglesia la diminíca infraoctava de la Ascensión, en que sacan la cruz en que está el lignum crucis, la efigie de Christo, nuestro Señor, que pintó San Lucas, y la piedra en el Santo Sepulcro. El estandarte de los moros arrastrándole lleva un colegial mayor y los pendones y estandarte de el santo enarbolados otros colegiales mayores con gran solemnidad y ponpa.” (9).

 

Sin duda alguna, Orán fue un hito en la vida del Cardenal y en el de la institución universitaria. Las referencias a las campanas de las que nos dan cuenta las crónicas al relatar la llegada de Cisneros a Alcalá, en cualquier caso no debieron tener un plácido acomodo en su ubicación original de San Ildefonso. La obra de la fachada-campanario de la iglesia de San Ildefonso que hoy podemos contemplar hay que enmarcarla dentro de una actuación general de restauración de la iglesia original que, como uno de los edificios más antiguos del conjunto, manifestaba importantes desperfectos en los últimos años del siglo XVI. De hecho en 1594 data la demolición del antiguo campanario, alzado en torno a 1510, el originario de la fundación cisneriana y en el que primero se instalaron las campanas. En 1598 dieron inicio las obras de la nueva fachada y espadaña bajo la dirección del maestro cantero Juan Ballesteros, quedando concluida en 1601 (10).

 

Allí cumplieron finalmente su función en el ceremonial religioso, académico y festivo de Alcalá hasta mitad del siglo XIX. A partir de ese momento, dos hechos marcarán el rumbo de tan peculiares objetos.

 

El primero de ellos será el traslado de la Universidad de Alcalá a Madrid por Real Decreto de 8 de octubre de 1836 (11). En 1845 Joaquín Alcober ofrece 50.000 reales al gobierno por el inmueble matriz; al año siguiente, se aprobó la subasta de los edificios y Alcober cedió sus derechos a Joaquín Cortés, que pensó en dedicarlo a la cría de gusanos de seda. El 1850 lo venderá al conde de Quinto por 30.000 reales, después de haber aprovechado todo lo posible en materiales, objetos y obras artísticas de valor.

 

El otro hecho casi definitivo en el periplo de las campanas fue la desamortización de los bienes propios municipales y eclesiásticos a lo largo de mitad del s. XIX, que  supuso una inflexión en el modelo de tratamiento del patrimonio histórico artístico de nuestro país. En Alcalá el proceso desamortizador tendría una serie de consecuencias espaciales muy destacadas, no tanto en la modificación del plano urbano, como de la adaptación y especialización funcional. De tal modo que los inmuebles del ensanche universitario, modelo exportado a América, pasarían con ligeras modificaciones arquitectónicas, a transformarse en presidios y cuarteles, necesitada como estaba la capital y corte del reino de infraestructuras para el control del orden público y como lugar estratégico en las asonadas y pronunciamientos militares a lo largo del XIX, así como en el transcurso de las guerras carlistas.

 

Sin embargo, desde la materialización de la intervención pública en el centro universitario cisneriano, se produce una fallida rentabilización de los inmuebles con distintas iniciativas industriales, educativas y lucrativas del patrimonio artístico, sobre todo mueble, por un lado para nutrir la nueva Universidad Central de Madrid, tras el cierre de la de Alcalá, y luego para rentabilizar la inversión de los compradores privados. Si los bienes de propios municipales servirían de base para la consolidación de familias burguesas como los Azaña, la de los bienes inmuebles de la Universidad pasarán a manos de simples especuladores (12). Es en este contexto donde se produce la pérdida definitiva de este elemento cultural de la institución cisneriana y donde, como aldabonazo hace surgir una de las iniciativas más interesantes, pioneras e innovadoras del s. XIX en la conservación del patrimonio histórico artístico como fue y aún hoy día lo es, la Sociedad de Condueños, surgida formalmente en el  año 1851.

 

Fue el desmantelamiento de las campanas de San Ildefonso la que desencadenó la reacción popular que pondría en marcha una de las iniciativas más innovadoras en la recuperación del patrimonio histórico artístico español tras las sucesivas desamortizaciones a lo largo del XIX, como detalla en su magnífica monografía García Gutiérrez.

 

Sin esta institución ciudadana la institución universitaria, el programa de rehabilitación acometido como motor de la recuperación del centro histórico de Alcalá y de su denominación como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, precisamente por los valores creados y evocados por la Universidad cisneriana, no hubieran sido posible. No quiero desaprovechar la ocasión y expresar públicamente la enorme generosidad de la que ha hecho gala la Sociedad de Condueños de Alcalá de Henares para la ciudad y para la Universidad. Justo es reconocérselo cuantas veces sea preciso y en cuántos lugares se presente la ocasión. La intervención de esta asociación ciudadana puso fin al disparate y la ruina, y las campanas de San Ildefonso que mandara forjar Cisneros para su Colegio Mayor de San Ildefonso, entonaron su último tañido en el s. XIX cumpliendo otro de sus primordiales cometidos seculares, el de avisar del desastre. 

 

Así pues, toda esta trayectoria esbozada podríamos aventurar en calificarla de paradigmática respecto a su naturaleza de carácter histórico y cultural y su consideración actual de patrimonio histórico artístico de indudable categoría.

 

No obstante, hoy no se trata tanto de establecer las características de una pieza arqueológica y artística, sus vicisitudes a lo largo de estos siglos, sino de reunir nuevos materiales con los que refundir un nuevo objeto cultural, capaz de proyectarse sobre unas íntimas relaciones históricas en el tiempo que nos ha tocado vivir.

 

Permítanme una pequeña deformación académica y profesional trabajando como estoy en el MAEC. La empresa de Orán tuvo desde sus inicios una amplia finalidad y trascendencia geopolítica e ideológica, incluso científica y tecnológica (13). Cisneros era consciente de ello y con él buena parte de la intelectualidad europea más destacada, tal y como magistralmente estudiara el profesor Marcel Bataillon en su obra clásica Erasmo y España. De ahí que el periplo de este singular elemento del patrimonio histórico y cultural de Alcalá permita hoy también un amplio y necesario marco para la cooperación internacional. Se hace imprescindible y urgente un programa de intercambio de experiencias y objetivos             comunes en la rehabilitación del patrimonio artístico y arquitectónico entre Alcalá y Orán, así como en un intercambio cultural general más fluido e intenso. El programa de los participantes en este encuentro internacional así lo certifica.               

Quisiera concluir mi intervención con una propuesta de actuación concreta y un reconocimiento expreso. La propuesta tiene que ver con la vigencia y actualidad que tienen las campanas como objeto cultural. Las campanas de Orán que son las de San Ildefonso y viceversa, han cumplido hoy con una de sus funciones más característica, la de convocar y reunir en torno a un interés y preocupación común. Y a la vista está que ha cumplido con creces. Pero hoy contamos con nuevos materiales con los que construir unas nuevas campanas. Lo ha hecho el Ayuntamiento con la restauración y mantenimiento de su torre del reloj, lo ha hecho el obispado dignificando la Magistral. La Universidad podría tomar la iniciativa y lanzar la propuesta de enriquecer el contenido cultural y artístico de Alcalá como Ciudad Patrimonio de la Humanidad aportando un nuevo elemento sonoro, un tañido humanista, forjado con la necesaria cooperación entre los pueblos y más allá de la dicotomía entre bien cultural arqueológico y recurso turístico. Soy consciente de que no soy políticamente correcto con la propuesta, en un tiempo en el que se considera el sonido de las campanas como contaminación acústica. Y algo conozco al respecto, pues no en vano viví con curiosidad y a veces con sobresalto la instalación de las nuevas campanas en la Magistral de Alcalá y su posterior afinación y composición cuando viví durante algunos años en la misma Plaza de los Santos Niños en el año 2.000. Lo que es cierto es que el patrimonio sonoro es o debería serlo, parte imprescindible del patrimonio cultural del que se precia Alcalá y sin el cual quedaría ciertamente incompleto. De rondón lanzo también una propuesta anexa, siendo consciente lo que de protocolario y tan indiscriminadamente utilizado tiene el caso, pero no conozco mejores argumentos y mayores justificaciones para que las ciudades de Alcalá y Orán queden hermanadas como lo que son.

El reconocimiento final en mi caso es obligado y necesario manifestarlo aquí entre ustedes. El historiador y escritor Emilio Sola es el alma mater que ha animado el más sincero esfuerzo por recuperar el significado profundo de las campanas de Orán, profesor e investigador como es en la Universidad de Alcalá. Antes, en Argel y Orán, ejerció también de profesor y allí creó una pujante escuela de hispanistas en Historia Moderna y del Mediterráneo; en Alcalá una cátedra prolija y variada alrededor del Archivo de la Frontera, de la cátedra alada y de la casa con los tres balcones al sol, donde han ido confluyendo viajeros, amigos, estudiosos, artistas, creadores de uno y otro lado, todos ellos empeñados en continuar un trabajo delicado, complejo y esforzado, hecho con materiales de multitud de historias. Al menos esta que nos une a Orán se ha visto al fin realizada.

 

NOTAS

(1) Vid. Antonio Lizcano del Burgo (1).

(3) Vid. Rafael María de Labra.

(4) Vid. Enríquez de Salamanca, p. 135.

(5) Vid. Buigues Metola.

(6) El convento data de 1617, fundado por  los PP. Agustinos Calzados. Como recuerdos históricos de aquella época se pueden contemplar los escudos de la fachada del Colegio y varios frescos de la iglesia. El 25 de mayo de 1858 este convento fue ocupado por los PP. Escolapios que lo regentaron hasta 1887, en que se vieron obligados a abandonarlo, a consecuencia de una crisis económica ocasionada por una tremenda helada. Tras varias informaciones y peticiones de las autoridades a los PP. Franciscanos de Cantabria, el 6 de marzo de 1889 llegaban los primeros religiosos. El Ayuntamiento y la Junta Local de Enseñanza cedían gratuitamente a los hermanos el convento, mientras que los religiosos se comprometían a enseñar y dirigir la escuela. En 1949 el convento de Caspe pasa a pertenecer a la Provincia franciscana de Valencia. Su iglesia de San Agustín es de planta de cruz latina, con gran cúpula con linterna, hermosos esgrafiados y singular triforio.

(7) Vid. García Gutiérrez; pp. 90-91

(8) Vid. Esteban Azaña; pp. 326-327.

(9) Vid. Annales Complutenses; pp. 390-391.

(10) Vid. Miguel Ángel Castillo Oreja 1 y 2, y Ramón González Navarro.

(11). Vid. Lahuerta Hernando

(12) Vid. Otero Carvajal.

(13) Vid. García Oro.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

. Annales Complutenses. Edición de la Institución de Estudios Complutenses. Alcalá de Henares. 1990.

. Azaña Catarineu, Esteban. Historia de Alcalá de Henares. Edición facsímil. Universidad de Alcalá de Henares. 1986.

. Buigues Metola, Marcos. Patrimonio, fiesta y toques de campanas. 2009.

. Castillo Oreja, Miguel Ángel (1). Juan y Valentín de Ballesteros, maestros de obras de cantería de la villa de Alcalá, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños. Tomo XVIII. 1981.

. Castillo Oreja, Miguel Ángel (2). Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares. Génesis y desarrollo de su construcción. Siglos XV-XVIII. Alcalá Ensayo. 1980.

. Enríquez de Salamanca, Cayetano. Alcalá de Henares y su Universidad Complutense. Escuela Nacional de Administración Pública. Madrid. 1973.

. García Gutiérrez, Francisco Javier. La Sociedad de Condueños. Historia de la defensa de los edificios que fueron de la Universidad. Biblioteca de Temas Complutenses. Institución de Estudios Complutenses. 1986.

. García Oro, José. El Cardenal Cisneros. Vida y empresas. 2 vol. BAC. 1992.

. González Navarro, Ramón. Nuevas aportaciones a medio siglo de construcción universitaria en Alcalá de Henares (1510-1560), en Anales Complutenses. Vol. 1. pp. 135-166. Institución de Estudios Complutenses. Alcalá de Henares. 1987.

. Labra, Rafael María de. El Ateneo de Madrid, en Revista Contemporánea. Madrid, 30 de mayo de 1878, nº 60, tomo XV, vol. II, pp. 175-190.

. Lahuerta Hernando, Mª Teresa. Liberales y universitarios. La Universidad de Alcalá en el traslado a Madrid (1820-1837). Fundación Colegio del Rey. 1986.

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. Meseguer Fernández, Juan. El cardenal Cisneros y su villa de Alcalá de Henares. Institución de Estudios Complutenses. 1982.

. Otero Carvajal, Luis Enrique. El proceso de formación de la nueva élite de poder local en la provincia de Madrid. 1836-1874, en Madrid en la sociedad del siglo XIX, vol 1; pp. 377-452. Comunidad de Madrid. 1986.