HISTORIA 4, Miguel Angel de Bunes

HISTORIA 4, Miguel Angel de Bunes

HISTORIA

 4

ORÁN, buy PRIMERA FRONTERA HISPANO-TURCA DEL MEDITERRÁNEO

Miguel Ángel de Bunes Ibarra

 

          La conquista de la ciudad de Orán por el cardenal Cisneros en 1509 hay que incluirla dentro del complejo entramado de las relaciones políticas, económicas y militares que se establecen entre ambos lados del Mediterráneo entre finales del siglo XV y principios del siglo XVI. En ningún caso la llegada de las embarcaciones financiadas por el dinero de la diócesis de Toledo se puede explicar por un único motivo, ya que existen un gran número de razones que explican la necesidad de dominar el otro lado del estrecho de Gibraltar. En el caso de Orán, la expansión de los otomanos después de 1516 cambiará completamente su trascendencia dentro del entramado defensivo de la monarquía. Lo que había sido simplemente la empresa de un hombre deseoso de cumplir con el ambiente religioso del momento, se transforma en un enclave que tiene que defender al Norte de África gobernado por las dinastías de los jerifes marroquíes y a las posesiones de La corona de los ataque s de los otomanos que desean dominar ambos lados del Mediterráneo occidental. Este papel, único en la historia de los presidios hispanos y lusitanos en el Magreb, convierte al doble presidio de Orán y Mazalquivir en un caso único y singular que intentaremos explicar las razones por las que estas dos ciudades se convierten en lugares esenciales a lo largo de toda la Edad Moderna.

La política de españoles y portugueses en el Mediterráneo y el Atlántico cercano provoca el traslado de la antigua frontera medieval peninsular al otro lado del Estrecho de Gibraltar[1]. Esta situación se mantiene durante la corta fase expansiva de los castellanos en las zonas que les ha correspondido en el reparto del territorio musulmán por los tratados de Alcaçobas-Tordesillas[2]. Las primeras conquistas están inspiradas por razones semejantes a las que mueven a los infantes castellanos a asediar un castillo o buscar el dominio de una comarca. Se busca, en primer lugar, que por una acción armada específica se logre pacificar y proteger un territorio. El peligro para la Península después de la conquista de Granada en 1492 ya no son las mesnadas terrestres que asolan localidades, sino las pequeñas armadas del corso de subsistencia que buscan capturar alguna cuadrilla de hombres desprevenidos, apresar a los pescadores de bajura o que faenan en las almadrabas del Estrecho y los que impiden la navegación de cabotaje que transporta granos y mercancías de un puerto a otro[3].

La nueva frontera defensiva que se establece a principios del siglo XVI no pretende, por lo tanto, impedir un futuro ataque islámico a la Península, situación impensable por la atomización de las unidades políticas magrebíes en este momento, sino controlar la vida económica de esta parte del continente vecino para intentar que no se desarrolle el pequeño corso en su fachada marítima. Al igual que en los siglos medievales, muchas de las expediciones que culminan en la ocupación de una ciudad norteafricana, como es el caso de Melilla y Orán, son financiadas y organizadas por nobles y eclesiásticos, acciones propiciadas por la Corona para entretener a una nobleza y a un clero que detenta un excesivo poder en un momento que se pretende el fortalecimiento del poder real. De otro lado, son empresas en las que la libertad de los hombres que las protagoniza marcan el rumbo y el destino de las mismas.

Pedro Estopiñan, el contador del duque de Medina Sidonia que gobierna Melilla en los primeros años de presencia cristiana en la ciudad[4], o el conde Pedro Navarro, militar que protagoniza la mayor parte de las conquistas de la época de los Reyes Católicos y los primeros años de gobierno del Emperador, son, en alguna medida, los que establecen el destino de la presencia hispana en el territorio. El caso concreto de Navarro, como de Andrea Doria, resulta muy significativo para explicar la evolución de la sociedad de frontera que forman los españoles. Aunque desde el poder se pretende una ocupación completa del territorio, a semejanza de lo realizado en los últimos años de la historia de Al-Andalus[5], los medios financieros y los recursos humanos disponibles convierten estos planes en simples declaraciones de intenciones. Pedro Navarro va conquistando de una manera rápida las ciudades costeras, o asentando pequeñas guarniciones de soldados en riscos y peñones que controlan las radas musulmanas, para terminar con el peligro del corsarismo magrebí en las aguas del Mediterráneo occidental. Se erigen murallas o se reparan las fortificaciones anteriores, y se dejan piezas de artillería e infantes para asegurar la posición. En ningún momento se pretende pasar a ocupar las tierras circundantes, sino impedir el ejercicio de una actividad de subsistencia en los pequeños barcos de los puertos de Berbería. Después de la exitosa campaña castellana por las tierras de Marruecos, Argelia y Túnez, (Cazaza y Mazalquivir-1505, Peñón de Vélez de la Gomera-1508, Orán-1509, Peñón de Argel, Bugía y Trípoli en 1510) la política mediterránea de la Monarquía Hispánica sufre un completo estancamiento. Se puede considerar que el primer descalabro en la isla de Djerba es el momento de inflexión de la política hispana en este espacio.

La historiografía tradicional considera que el abandono de esta área de expansión por los militares y las clases dirigentes españolas, obviando las recomendaciones testamentarias de Isabel la Católica, es consecuencia de la intensificación de la política en Italia y de la colonización de las tierras del Nuevo Mundo, zonas que reclaman insistentemente el envío de hombres y dinero. Sin poder negar estas dos circunstancias, en el desarrollo de la política en el Magreb también influye decisivamente la propia situación de las tierras conquistadas y la realidad con la que se encuentran los españoles en los primeros años del siglo XVI.

La penetración hispana en el Magreb está inspirada por una intención claramente defensiva. Aunque el pensamiento castellano del siglo XV refiere constantemente la idea de la restitución de los territorios que anteriormente pertenecieron a la dinastía visigoda, la Monarquía se desentiende de estos planes para centrarse en cuestiones interiores o en la lucha por la hegemonía en Europa.[6].  La conquista del Mediterráneo es la empresa que legitima muchos de los comportamientos y acciones de los reyes españoles de la Edad Moderna, tal sería el caso de las peticiones de dinero al Papado para el mantenimiento de la guerra contra el infiel otomano, pero la práctica de las acciones que se emprenden dista mucho de los planes propuestos por cada una de las personas que ocupan el trono en la Edad Moderna. La presencia en el Magreb, una vez conjurado el peligro otomano, queda reducido al papel de una empresa que prestigia internacionalmente a la Corona, única razón por la que se mantienen muchos de los presidios. El caso de Orán-Mazalquivir nuevamente vuelve a ser paradigmático para justificar esta afirmación. Felipe V decide recuperar el doble presidio en 1732, en un momento de recesión evidente y de pérdida de peso político en Europa, para presentarse ante el resto de las potencias como un país que mantiene una empresa exterior que acrecienta su importancia en el contexto internacional[7]. Evidentemente, la tenencia de las ciudades argelinas en un siglo que está buscando el libre comercio en el mar por la firma de tratados con los diferentes estados ribereños es una acción anacrónica, anacronismo del que no está exenta toda la empresa africana. Se invierte gran cantidad de dinero en reparar las fortificaciones anteriores, se manda un gran número de soldados y se intenta volver a crear una sociedad civil dentro de las murallas, gastos muy costosos y de una rentabilidad escasa en relación con los beneficios que se logran en esta segunda fase de dominio español de esta espacio. La tenencia del doble presidio se plantea, nuevamente, como una plaza de armas que vigila a los enemigos argelinos y marroquíes en un momento en el que le proceso de expansión territorial de los imperios mediterráneos ha cesado completamente. Se vuelve a crear una plaza de armas dedicada a la vigilancia en un territorio completamente hostil por el sistema de dominio que se pretende fijar, que es el mismo que el realizado durante los dos primeros siglos de la Edad Moderna. Los intentos de llevar sistemas militares modernos, semejantes a los que se emplean en Europa, significan enormes descalabros humanos, por lo que nuevamente se vuelve al mundo de frontera que, en realidad, exclusivamente sirve para defender a los soldados dentro de las murallas aislándolos de los territorios cercanos.

Las conquistas en el Magreb están inspiradas en un ideario que mantiene muchos de los caracteres de la época medieval. La presencia española en Berbería consiste en volver a establecer una marca de vigilancia por medio de ciudades fortificadas al otro lado de una frontera natural, como es el Mediterráneo. El alejamiento de estos emplazamientos de la metrópoli y su aislamiento en el territorio en el que se asienta dificultan enormemente su propia evolución. En principio los presidios tienen como cometido controlar el desarrollo del corso, pero esta empresa se muestra rápidamente como fallida cuando las naves que practican esta actividad se instalan en otras radas y puertos. De otra parte, someter a los corsarios se puede realizar, como realiza Francia y Holanda, acabando con los sistemas económicos que genera esta actividad, además de bombardear las urbes corsarias. Españoles, y en menor medida los portugueses, se plantean esta lucha ocupando ciudades costeras para expulsar a los navegantes ocasionales de la costa cercana. Después de controlar los núcleos corsarios del Mediterráneo, la Corona comienza a quejarse de la falta de celo de los portugueses en su lucha por asegurar las rutas de comunicación desde la zona que les pertenece por el reparto territorial del continente vecino. Portugal había pasado al otro lado del Estrecho de Gibraltar con unos intereses diferentes a los que inspiran a los castellanos. La primera conquista, la de Ceuta, sigue siendo un misterio para la mayor parte de los investigadores lusitanos en la actualidad, abriendo un debate entre las diferentes corrientes históricas del país vecino. Los infantes lisboetas se plantean que deben probarse como caballeros luchando contra los musulmanes, al igual que han realizado sus pasados , por lo que se embarcan para ocupar el promontorio donde se encontraba la otra columna de Hércules. Además de esta idea, formulada en la mayor parte de la documentación de la época, se incide, al igual que en Castilla, que era una manera de entretener a una nobleza ociosa que ha perdido parte de su razón social al haber terminado la recuperación de su antiguo territorio conquistado por los musulmanes. Existe un tercer argumento, reseñado para explicar la activa acción exterior en el Norte de África, como es el de la presión de la burguesía y los grupos mercantiles portugueses para ampliar los mercados y buscar trigo y otras materias primas[8]. La historiografía ha primado cada una de estas razones para dar una explicación coherente al pasado portugués, remarcando cada  una de ellas en función de la visión del pasado que quiere destacar cada uno de los historiadores interesados en la cuestión, aunque todas ellas sirven para explicar la situación de la primera ocupación lusitana de este espacio. En el caso español, el tercero de los factores desaparece completamente, lo que generará un tipo de presencia en el territorio completamente diferente a la defendida y fijada por los portugueses. Los dominios lusitanos en el Atlántico marroquí serán empresas rentables durante buena parte de la centuria, logrando alterar el sentido de algunas de las caravanas comerciales tradicionales de este espacio hacia las murallas controladas por los fronteiros[9].

Hasta 1540, momento del abandono de la mayor parte de las ciudades controladas por Portugal en Marruecos, la presencia de los militares lusitanos en el Magreb estaba inspirada con un doble fin, asegurar la navegación de los navíos lisboetas por este mar y comerciar con los musulmanes para lograr esclavos, cera, trigo y oro. La aparición de un nuevo poder en Marruecos, como es el de la dinastía sa´dí, trastoca completamente los planes de la dinastía lusitana. La dinastía de los Jerifes nace levantando la bandera del yihad contra las potencias extranjeras cristianas asentadas en las tierras del Islam, por lo que la vida de las guarniciones portuguesas comienza a resentirse al sufrir un doble acoso, el asedio de los presidios por los ejércitos del sultán y la persecución a los “moros de paz” confederados con los cristianos. Aunque la mayor parte de los primeros sultanes de la dinastía se encaminan a combatir a los propios musulmanes para crear un poder centralizado que unifique un territorio muy disperso políticamente, el asedio de los presidios lusitanos siempre será utilizado para atraerse a los diferentes grupos musulmanes, además como un elemento para justificar la propia política interior que realizan estos hombres de estado[10]. El abandono de estas posiciones, por lo tanto, responde a la falta de rentabilidad que muestra en estas décadas la defensa de las ciudades costeras. De otra parte, las nuevas áreas del expansionismo portugués, orientadas hacia el Golfo Pérsico y la India, concentran los esfuerzos de los gobernantes lisboetas, manteniendo en las tierras del Islam exclusivamente aquellas ciudades que pueden servir de escalas para la navegación o para asegurar la vuelta de las carabelas que regresan de los lejanos mares de la India[11].

La presencia española en el Magreb tiene, desde los primeros momentos, un interés exclusivamente defensivo, por lo que los soldados y gobernadores de los presidios se olvidan rápidamente del entorno en el que se encuentran para concentrarse en la salvaguarda de sus vidas[12]. Entre los diferentes modelos de colonización de un territorio, la Monarquía Hispánica opta por el de la ocupación del espacio por medio de puntos de vigilancia fortificada para controlar el espacio que pueden andar los infantes en una o dos jornadas de marcha[13]. Este modelo es asumido en Orán y Mazalquivir con anterioridad a la llegada de los otomanos a la ciudad de Argel, lo que muestra la falta de una política decidida por parte de la Corona en Berbería. Las relaciones comerciales, humanas y políticas de las guarniciones siguen los ritmos impuestos por el poder central en el Mediterráneo. Se intenta alcanzar una zona de seguridad en el alfoz de los presidos estableciendo alianzas con las poblaciones musulmanas circundantes por medio de un pacto de mudejarismo que recuerda los tratos realizados en la Edad Media en la frontera de Al-Andalus[14]. Los tratos con los “moros de paz” es una manera de conseguir un espacio de seguridad con el resto de la población musulmana enemiga, además de lograr la compra de los productos alimenticios imprescindibles para mantener la guarnición asentada dentro de las murallas[15]. En Orán-Mazalquivir se intentará crear un reino vasallo para asegurar la presencia de los españoles en esta parte de la actual Argelia. El reino de Tremecén es el objetivo de esta especie de protectorado que se pretende articular por medio de la superioridad militar de las armas de fuego depositadas dentro de las murallas del doble presidio[16]. En los primeros años del siglo XVI este sistema tiene un cierto éxito al tener que enfrentarse a poderes musulmanes semejantes a los que tienen que defender, como serían los sultanes marroquíes y otras entidades políticas del disgregado Magreb postmeriní. El gran problema de la política española en el Norte de África nace cuando aparece en sus contornos un poder que tiene unas características semejantes a las representadas por los soldados cristianos.

El asentamiento de los corsarios apátridas de procedencia turca en las ciudades de Túnez y Argel cambia completamente la historia del Norte de África en esta época. Además del perfeccionamiento y profesionalización del corso al constituir sistemas económicos propios e integrar las técnicas constructivas y militares modernas en Berbería[17], la llegada de los otomanos a esta parte de las tierras del Islam supone la entrada de una potencia que desea expansionarse por esta parte del continente pretextando la primogenitura del califato que detentan los sultanes estambuliotas. Los navegantes e infantes turcos van conquistando todas las ciudades ocupadas por los españoles en Berbería central, además de ir sometiendo a las pequeñas dinastías dependientes e independientes de los sultanes hafsíes de Túnez. Orán-Mazalquivir deberá, desde ese momento, ampliar sus funciones y convertirse en el muro de contención de los deseos expansionistas turcos. Durante el breve gobierno de Oruç Barbarroja se comienza a poner las bases de lo que será la historia de la doble ciudad a lo largo de la Edad Moderna. La muerte de este corsario, hombre que en realidad deseaba crear un reino independiente en las tierras que ocupa actualmente la república de Argelia, en las cercanías de la ciudad de Tremecén, pone de manifiesto el nuevo peligro que tienen que hacer frente los soldados españoles que ya no están luchando contra navegantes ocasionales sino contra hombres que tienen unos objetivos políticos semejantes. Su hermano Hayreddin dedicará los primeros años de gobierno a crear una verdadera empresa corsaria en el territorio, para después seguir los planes de expansión por la Kabilia con el apoyo de los ejércitos del sultán de Estambul. La presión española contra los corsarios y hombres de acción asentados en Argel, además de la enemistad de estos navegantes con los gobernantes de Cuco y Lesbes[18], son los grandes obstáculos que tiene que vencer la saga de los Barbarroja para instalarse en el Magreb de una manera segura, además de sus enemigos directos al impedir su expansión terrestre.

La lucha entre españoles y turcos en este espacio se centrará en el control de los extremos de las posesiones magrebíes, Marruecos, Túnez y Tremecén. El balance de esta guerra es claramente desfavorable para las armas cristianas, ya que a finales del siglo XVI Tremecén y Túnez han pasado a depender de los otomanos y sólo mantiene su independencia el Marruecos sa´dí. Orán-Mazalquivir y la fortaleza de La Goleta de Túnez serán los pilares de la política española, nuevamente de carácter completamente defensivo, en este espacio. Ambos presidios pretenden controlar los dos mejores puertos naturales del Magreb, aunque tienen valores estratégicos completamente diferentes. La conquista de las tierras tunecinas resulta esencial para los otomanos para no verse aislados del resto de las posesiones otomanas y por la cercanía de estas tierras con la península italiana. Orán se encuentra defendida, además de por la lejanía y sus buenos sistemas de murallas, por las poblaciones de la Kabilia. Si  repasamos el gobierno de los primeros beylerbeys argelinos sin el apasionamiento de la historiografía nacionalista de ambas orillas del Mediterráneo comprobamos que la mayor parte de las acciones bélicas que emprenden no están encaminadas contra los cristianos, sino contra las poblaciones islámicas asentadas en sus territorios. La política de los gobernantes tunecinos de principios del siglo XVII al permitir el asentamiento de miles de refugiados moriscos está inspirada, además de en cuestiones de carácter religioso, en la necesidad de contar con una población islámica que les fuera fiel y leal[19]. En gran medida, el Magreb genera unas reglas específicas en la conformación de los diferentes estados, problema al que se tienen que acomodar los dos imperios expansionistas asentados en él. La poblaciones que sufren la presencia de españoles y turcos siempre se sentirán incómodos por su cercanía, aceptándoles exclusivamente por la superioridad de sus medios técnicos. Los sultanes sa´díes y alauíes, otros de los actores de la historia magrebí de estas centurias, también soportarán mal la presión de musulmanes orientales y cristianos occidentales, aunque lograron un espacio de libertad coqueteando con ambos imperios sin depender nunca íntegramente de ninguno de ellos.

Orán-Mazalquivir, después de las conquistas de los primeros miembros de la saga de poder conformada por los hermanos Barbarroja que llega hasta la muerte el Eudj Alí en 1580, se queda como el único baluarte cristiano que tiene que luchar contra los otomanos, además de vigilar los movimientos de los sultanes marroquíes. Los desastres militares que sufren los gobernadores de las plazas al intentar llevar una política expansiva en el territorio[20] a principios del siglo XVI y la falta de una política clara de la Monarquía Hispánica con respecto al Islam serán los dos factores que conviertan a sus habitantes en auténticos reos de la situación en la que viven. El pequeño número de soldados asentados dentro del doble presidio no podían conquistar las tierras cercanas, por lo que se tienen que conformar con defenderse de los otomanos y del resto de los grupos humanos que viven cerca de sus murallas. De otro lado, al igual que los otomanos asentados en Argel, no pretenden gobernar sobre las tierras de su influencia sino aprovecharse de los recursos y las poblaciones cercanas, por lo que se van granjeando el odio de los mismos. Otomanos y españoles, durante los siglos XVI y XVII, tienen que organizar verdaderas expediciones militares para cobrar los impuestos o recoger los sobrantes de las cosechas de trigo de los grupos beréberes circunvecinos al representar un  poder extranjero y extraño que sobrevive por la imposición de las fuerzas de las armas.

Españoles y otomanos son, asimismo, culturas urbanas y ciudadanas que no saben entender el mundo rural magrebí, por lo que se olvidarán de su control para dedicarse a ornar y mejorar las cualidades de las ciudades en las que gobiernan. Evidentemente, el sistema otomano tiene más éxito que el español al fundamentarse en unas premisas diferentes. El principal elemento que les diferencia, a la vez que explica su éxito, es su carácter islámico. De cualquier manera, la llegada de los otomanos a Argel es una empresa coronada con el triunfo por el tiempo que son capaces de dominar este espacio, aunque este factor no supone en ningún momento que fueran bien aceptados por la población originaria del Magreb. Estambul siempre consideró que las tierras argelinas eran un beylik, principado de frontera que practica el yihad contra los cristianos occidentales, por lo que su articulación dentro del Imperio siempre tuvo unas características diferentes[21]. Aunque su organización era semejante al resto de las provincias (sancak) del Imperio, el diferente peso político de sus diversas milicias cambió completamente el reparto de funciones con respecto a otras posesiones imperiales. De otro lado, su lejanía de la metrópoli, a semejanza de lo que ocurre en el doble presidio español, conlleva que muchas de las decisiones y órdenes que se reciben desde Estambul tengan un cumplimiento diferente. Su peculiar composición social y el problema de los Kuluçli van a marcar su destino a lo largo de la Edad Moderna, además de las difíciles relaciones con los naturales del país que viven fuera de las murallas de las ciudades costeras. El caso de Orán-Mazalquivir va a tener unas características semejantes. El doble presidio no se puede definir, a lo visto de lo realizado para Argel, como una monarquía colegiada a lo largo del siglo XVI o como una república militar en el XVII, pero la importancia de los sectores nobiliarios españoles en su gobierno, puestos que son ocupados por diferentes miembros de las altas familias castellanas, y la preponderancia de la sociedad militar sobre la civil iguala la historia de ambas ciudades. Orán también tiene unas peculiaridades sociales que la diferencia completamente de las ciudades españolas de la misma época. Mantiene una comunidad judía perfectamente constituida en un momento en que esta minoría religiosa ha sido expulsada de la mayor parte de los países católicos europeos. Su presencia dentro del recinto amurallado, como la de los innumerables renegados dentro de Argel[22], es consecuencia de las específicas vicisitudes que padecen estos dominios, sirviendo los hebreos para mantener las redes de comercio y espionaje en las tierras magrebíes[23]. Su expulsión significará la recesión económica y demográfica del doble presidio, entrando en una crisis que será el primer paso para la conquista argelina a finales de la centuria. Además de este sector, los gobernadores necesitaran contar con población islámica dentro del presidio, también expulsada íntegramente de la Península Ibérica a principios del siglo XVII. La carencia de soldados y la fama de los presidios en la Península Ibérica en la Edad Moderna supone que cada vez se alisten menos jóvenes españoles para servir en las guarniciones africanas. Reclutar soldados entre las poblaciones musulmanas cercanas, creando cuerpos especiales encargados de ayudar a la vigilancia del perímetro defensivo del doble presidio, es una de las necesidades de los gobernadores de Orán-Mazalquivir para poder sobrevivir militarmente ante el peligro de un hipotético ataque de los otomanos argelinos. Estos soldados, que conforman  sus familias con mujeres de su misma religión, nos muestran una sociedad mixta, semejante a la argelina, en la que las normas que se aplican en la metrópoli se olvidan en estos territorios de avanzadilla ante las circunstancias específicas que se viven en las tierras de Berbería.

Por desgracia, la historia de la dominación española en el Norte de África, como la propia historia de los presidios, es una cuestión que en la actualidad ha sido olvidada por la historiografía reciente. Orán, la “Corte Chica” de la Monarquía, sigue siendo una asignatura pendiente del historicismo español que debe de ser recordada continuamente. Entre los miles de legajos del Archivo General de Simancas las noticias sobre la vida cotidiana de Orán siguen esperando que alguien se detenga a recopilar las miles de noticias que nos narran la vida particular de sus habitantes y de sus soldados. Las campanas de Orán es una invitación para recordar la importancia que tuvo esta ciudad para la mentalidad española hasta época reciente. La posesión de las campanas era una demostración de prestigio ya que era una manera de mantener vivo el recuerdo de una ciudad que se ha perdido pero que sigue siendo añorada por los españoles.

 

 



[1] Las diferentes fases de la frontera medieval en Andalucía son descritas de una manera muy clara por Miguel Ángel LADERO QUESADA en su artículo “Castilla, Gibraltar y Berbería (1252-1516)”, Actas del I Congreso Internacional “El Estrecho de Gibraltar”, (Ceuta, 1987). Madrid, UNED, 1988, tomo II, pp. 37-52. Este autor refiere que el paso al otro lado del Mediterráneo es una fase semejante a las anteriores referidas en la Baja Andalucía. Sin poder negar que las nuevas posiciones están inspiradas en ideas semejantes, el establecimiento en Berbería genera una serie de problemas nuevos que establecen una especificidades concretas a la situación que se genera en la Edad Moderna.

[2]  Las diferentes fases de la política española en el Norte de África han sido referidas por Fernand BRAUDEL, “ Les Espagnol et l´Afrique du Nord de 1492 à 1577”, Revue Africaine, vol. 69, 1928, pp. 184-233 y 351-410, traducción española en F. BRAUDEL, En torno al Mediterráneo, Barcelona, Paidos, 1996, pp. 41-100.

[3] El ambiente del Estrecho de Gibraltar en los primeros años de la Granada cristiana es descrito por José Enrique LÓPEZ DE COCA CATAÑER, “Relaciones mercantiles entre Granada y Berbería en época de los Reyes Católicos.”, Baética, 1, 1978, pp. 293-311; “Esclavos, alfaqueques y mercaderes en la frontera del mar de Alborán (1490-1516), Hispania, 38, 139, 1978, pp. 275-300. Muchas de estas razones ya están perfectamente claras en las empresas que realizan los portugueses en el siglo XV. El enfrentamiento por la expansión por el Magreb en el siglo XV tiene unos caracteres evidentes de la búsqueda de la seguridad interior, véase: Miguel Ángel de Bunes Ibarra, “La conquista de Arcila y la ocupación de Tánger en los tapioces de Pastrana”, en Las tapicerías de Alfonso V de Pastrana, Madrid, El Viso, 2010, pp. 17-46.

[4] Rafael GUTIÉRRZ CRUZ, Los presidios españoles del norte de África en tiempos de los Reyes Católicos, Melilla, 1997.

[5] Antonio RUMEU DE ARMAS, Política de los Reyes Católicos en el África Occidental, Madrid, 1958

[6] Ottavio DI CAMILO, El humanismo castellano del siglo XV, Valencia, 1976.

[7] Mkel de EPALZA y Juan Bautista VILAR, Planos y mapas hispánicos de Argelia (siglos XVI-XVII), Madrid, Instituto de Cooperación Hispano-Árabe, 1988.

[8] El comercio con Berbería comienza a tener una gran importancia para toda la fachada mediterránea desde el siglo XV, importancia que luego se irá ampliando, en las centurias siguientes, a otros países del norte de Europa, Robert RICARD, “Contribution à l´etude du commerce génois au Maroc durant la période portugaise (1415-1550)”, Annales de l´Institut d´Etudes Orientales, III (1937), pp. 53-73; Eloy MARTÍN CORRALES, Comercio de Cataluña con el Mediterráneo musulmán (siglos XVI-XVIII). El comercio con los “enemigos de la fe”, Barcelona, alborán-bellaterra, 2001.

[9] En este sentido giran varias de las ponencias presentadas en el Coloquio sobre las Relaciones de la Península Ibérica con el Magreb (siglos XIII-XVI), Madrid, CSIC, 1987.

[10]  A. COUR, L´éteblissement des dynasties des chérifs au Maroc et leur rivalité avec les Turcs de la régence d´Alger (1509-1830), París, 1904.

[11] El cambio de la política portuguesa en Marruecos a mediados del siglo XVI ha sido estudiada por Robert RICARD, “Les Portugaises et l´Afrique du Nord sous le règne de Jean III (1521-1557), d´après la chronique de Francisco de Andrade”, Hésperis, XXIV, 1937, pp. 259-345.

[12] Miguel Ángel de BUNES IBARRA, “La vida en los presidios del norte de África”, Actas del Coloquio sobre las Relaciones de la Península Ibérica con el Magreb (siglos XIII-XVI), Madrid, CSIC. 1987, pp. 561-590.

[13]  Robert RICARD es el autor que mejor ha definido el sistema de colonización española en Berbería en la Edad Moderna por medio de una ocupación restringida del territorio, “Le probléme de l´occupation restreinte dans l´Afrique du Nord (XV-XVIII siècles)”, Annales Economies, Societés, Civilisations, 8, 1936, pp. 426-437; “Les établissement européens en Afrique du Nord XV au XVIII siècle et la politique d´occupation restreinte”, Revue Africaine, 79, 1936, pp. 687-688.

[14] Mercedes GARCÍA-ARENAL y Miguel Ángel de BUNES IBARRA, Los españoles y el norte de África, siglos XV-XVIII, Madrid, Mapfre, 1992.

[15] Sobre las relaciones de Orán-Mazalquivir con los “moros de paz” véase el capítulo III del libro de Beatríz ALONSO ACERO, Orán-Mazalquivir, 1589-1639: Una sociedad española en la frontera de Berbería, Madrid, CSIC, 2000, pp. 165-318.

[16] Chantal de LA VÉRONNE, Oran et Tlemcen dans la premiere moitié du XVI siècle, París, 1963.

[17] C. CIPOLLA, Cañones y velas en la primera fase de la expansión europea, 1400-1700, Barcelona, 1967, G. FISHER, Barbary Legend. War, Trade and Piracy in North-Africa (1415-1830), Oxford, 1957.

[18] Sobre la política española con estos príncipes, sigue siendo muy  útil el trabajo de Carlos RODRÍGUEZ JOULIA DE SAINT-CYR, Felipe III y el Rey del Cuco, Madrid, CSIC, 1953.

[19] Mikel de EPALZA, “Les Ottomans et l´insertion au Magreb des Andaluos expulses d´Espagne au XVIIe siècle”, Revue d´Histoire Maghrébines, 31-32, 1983, pp. 165-173, Mikel de EPALZA y Ramon PETIT, Recueil d´études sur les Morisques andalous en Tunisie. Madrid-Tunis, 1973.

[20] La mejor crónica de la historia de este plaza sigue siendo el textode Diego SUÁREZ MONTAÑÉS, Historia del maestre último que fue de Montesa y de su hermano D. Felipe de Borja, la manera de cómo gobernaron Orán y Mazalquivir… siendo allí capitanes generales, edición de Guillén Robles, Madrid, 1889. Este texto, usado por la mayor parte de la autores actuales debe de ser completado por edición completa de la fuente de Suárez Monatanes, que lleva el mismo título, pero editado pro Beatriz Alonso Acero y Miguel Ángel de Bunes Ibarra, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2005.

[21] Robert MANTRAN, Histoire de l´Empire Ottoman, OParís, Fayard, 1989, pp. 404-420.

[22] Salvatore BONO, I corsari barbareschi, Turín, 1964 y Corsari nell Mediterraneo. Cristiani e musulmani fra guerra, schivitù e comercio, Milán, 1993.

[23] Jean-Fréderic SCHAUB, Les juifs du roi d´Espagne. Orán, 1509-1669, París, 1999.